Cuando iba llegando a casa, un tipo salió de la nada, me agarró por el cuello y con la otra mano me tapó la boca. Me quedé quieta con el corazón desbocado. Fabien apareció frente a mí con una sonrisa.
— Hoy te quedarás conmigo — me dijo.
Me llevaron hasta un coche que estaba estacionado en la esquina, me metieron a la fuerza y terminé en el piso, sintiendo las lágrimas salir de mis ojos a cántaros.
— Deberías ceder un poco ante mí — dijo Fabien.
Me levanté y me senté en el asiento, mirándolo con rabia.
— ¡Jamás! — le grité.
Fabien me agarró del cabello y me acercó a él con agresividad. Tragué el nudo que se me había formado en la garganta, pero no aparté la vista de la suya.
— El "jamás" es mucho tiempo, y yo no tengo paciencia para esperar — dijo.
Me soltó y me aparté de él inmediatamente.
— Entiende que no quiero estar contigo, no puedes obligarme — dije llorando.
Él se cruzó de brazos y me miró.
— Si puedo, lo estoy haciendo ahora — dijo con una sonrisa.
— ¡Déjame ir! No quiero est