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Sebastián levantó el muñeco mutilado con ambas manos y lo destrozó.

No fue gesto dramático ni calculado. Fue furia pura materializándose en violencia física. Arrancó brazos de plástico, piernas, cabeza, lanzando pedazos hacia bosque con rugidos guturales que apenas formaban sonidos coherentes.

El cuchillo lo mantuvo. Lo limpió con su camisa. Lo guardó en cinturón de pantalones.

Evidencia.

Cassandra lo observaba desde donde todavía estaba arrodillada, bilis secándose en comisuras de labios, temblando incontrolablemente. Parte de ella sabía debería detenerlo.

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