Las cartas llegaron como cuervos mensajeros de mal agüero. Primero una, luego dos, hasta convertirse en un aluvión diario que Cassandra encontraba deslizándose bajo la puerta de su habitación cada mañana. El papel con membrete de los Montemayor se había vuelto tan familiar como el sabor amargo del café que ya no lograba pasar por su garganta.
"Cassandra, las pruebas son irrefutables. Sebastián está usando información privilegiada para atacar nuestros negocios. Tu posición como su esposa lo convierte en nuestro enemigo más peligroso. Debes actuar antes de que destruya cuatro generaciones de trabajo familiar."
La letra de su padre había perdido la elegancia aristocrática habitual, volviéndose errática, desesperada. Cada misiva contenía más detalles: contratos perdidos que curiosamente habían ido a parar a empresas vinculadas con Blackwood Enterprises, inversores que retiraban su confianza después de "conversaciones privadas" con representantes de Sebastián, cláusulas legales que apare