64: El precio de desaparecer.
Cuando salí del baño y me acerqué a la cocina, Emanuele me quedó mirando con la boca ligeramente abierta, como si acabara de ver a una persona distinta a la que había entrado minutos antes.
—¿Por qué lo cortaste? —me preguntó, su voz cargada de sorpresa.
Llevé una mano a mi cabello recién cortado, acariciando la textura distinta, y solo pude encogerme de hombros.
—Tengo que pasar desapercibida. ¿Tú crees que lo logre? —pregunté con nerviosismo.
Él asintió despacio, aunque la duda brillaba en sus ojos.
Mi cabello ahora era de un tono vino, brillante bajo la luz amarilla de la cocina. Nunca en mi vida me habría atrevido a cambiar tan drásticamente; siempre había amado mi tono oscuro, porque me identificaba, porque me hacía sentir segura. Pero la seguridad ya no era un lujo posible, y aquel color, aunque ajeno a mí, era ahora mi mejor escudo.
—Sí se ve bien —admitió Emanuele—, pero pudiste solo pintarlo.
Negué con la cabeza, con una amargura que se me clavó en el pecho.
—