34: Entre la espada y la pared.

Después de un día de reposo en el hospital, o si a eso se le podía llamar reposo, regresé a casa junto a Noah. Ni siquiera podía mirarlo a los ojos. Quería que se marchara de nuevo, que me dejara tranquila el resto del embarazo, pero ahora que estaba aquí, todo se había ido al demonio.

Al entrar a la casa, lo vi. El padre de Valentino estaba allí, imponente, con su sola presencia llenando cada rincón de la sala. Primero me miró a mí, después a Noah. Sus ojos, de un rojo intenso como brasas encendidas, eran tan penetrantes que tuve la sensación de que podían atravesarme hasta lo más hondo.

—¿Estás bien? —preguntó con esa voz grave que erizaba la piel.

Me acerqué lentamente, obligándome a encararlo.

—¿Por qué me lo pregunta? Sé que no le intereso… y mucho menos le interesan mis hijos —le respondí con frialdad.

Una sonrisa ladeada se dibujó en sus labios. Bajó la vista hacia mi vientre y luego volvió a mirarme directamente, como si disfrutara de mi incomodidad.

—Tú no me interesas
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