NARRADOR.

Elías fue el primero en abrir los ojos. Se estiró en silencio, mirando a Carolina dormida, envuelta en las sábanas. Sonrió. Había algo fascinante en verla así, tanto frágil como fuerte. Se levantó sin hacer ruido y se dirigió a la ducha. Al salir, con una toalla en la cintura, ya encontró a Carolina despierta.

Una mesa pequeña junto al ventanal estaba puesta con el desayuno: tostadas calientes, fruta fresca, huevos revueltos, café caliente y jugo recién hecho. Carolina se lavó la cara y se lanzó a comer. Elías la miraba divertido mientras disfrutaba de su café.

—No puedo prometer que desayunaremos juntos cada día —comentó él, recostándose en la silla con su taza—. Mi trabajo consume mucho de mi tiempo. Pero intentaré acompañarte cuando pueda.

Ella dejó la taza de café a un lado y lo miró con seriedad.

—No deseo ser una carga, sé que diriges una gran empresa. Si me contratas, podré ayudarte. Sabes que tengo experiencia y formación.

Elías levantó una ceja, sorprendido por su p