Suéltala

Emma

El tono de voz me fue desconocido al principio, y tuve que girar el rostro, para buscar con la mirada al portador de esa amenaza que me hizo erizar la piel.

Theo parecía un volcán a punto de hacer erupción: sus ojos grises eran fríos como el hielo, su mandíbula tensa, y las venas en su rostro y cuello se marcaban con fuerza. Su pecho subía y bajaba con pesadez, y sus fosas nasales estaban dilatadas.

— ¿O si no, qué? —respondió Nicolás con desafío.

— Pediré que te arresten —la abogada de Nicolás lo tomó del brazo —. Te recuerdo que tienes una orden de alejamiento.

— Nicolás… por favor —María tiró de su brazo —. Por favor, ya deja esto.

— No lo repetiré —dijo Theo, rodeando mi cintura con sus brazos —. Suelta a mi mujer.

— En algún momento fue mi mujer —dijo Nicolás, aflojando sus dedos lentamente.

— Tú lo dijiste —Theo me colocó detrás de él —. Fue. Ahora será mejor que te vayas —su cabeza señaló la puerta.

— Y lo volverá a ser —Nicolás sonrió con socarronería —. Que disfruten su
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