Aysun permaneció varios minutos inmóvil después de que Serhan la dejó sola, escuchando cómo el eco de sus pasos se perdía por el pasillo. No estaba nerviosa, no lo suficiente como para sentir que ese encuentro con su suegra la intimidara. Más bien, le parecía absurdo.
Aquella boda, su “matrimonio”, no era más que un acuerdo forzado, un teatro para salvar honores y apariencias. Y ahora, Serhan quería arrastrarla a otra representación: presentarla ante su madre, como si fueran una pareja verdadera.
Suspiró, frotándose el rostro con ambas manos. El vestido de novia, arrugado y pesado, seguía colgándole del cuerpo. Con esfuerzo bajó la cremallera, se quitó el vestido y lo dejó caer sobre una silla y abrió el armario, las mucamas ya habían acomodado sus cosas. Entre los pliegues de tela, escogió un vestido de un tono suave que resaltaba su piel clara y sus ojos marrones. No lo hizo por vanidad, sino porque sabía que era lo que él esperaba para presentarla con su madre.
Frente al espejo, de