Dorian se levantó de golpe, como si el cuerpo hubiera decidido por cuenta propia.
La silla fue empujada a un lado con violencia y Francine hasta se estremeció por la rapidez del movimiento.
Pero no retrocedió — porque retroceder no formaba parte de su naturaleza.
Él entró al baño con pasos pesados y cerró la puerta con tanta fuerza que el sonido retumbó por toda la habitación.
No la cerró con llave. Ni siquiera lo pensó. Su única meta ahora era el agua. Fría. Muy fría.
Abrió la ducha al máximo y dejó que el chorro helado le cayera directamente sobre la cabeza.
La respiración era pesada, los músculos tensos.
Pero nada de eso se comparaba con lo que sucedía abajo, y la situación solo empeoraba al recordar la escena anterior.
Bajó la cabeza, exhalando entre dientes:
— Maldita mujer... mira lo que me ha hecho...
Apoyó la frente contra el azulejo frío.
“Esto se suponía que era un castigo”, pensó. “Pero el que está pagando la penitencia soy yo.”
Entonces escuchó los golpes suaves en la puer