Francine entró a la cocina mordiéndose la uña y se arrancó el delantal como si eso bastara para calmar el pánico.
Malu, que estaba tranquilamente engrasando el molde del pastel, levantó la mirada despacio, con esa cara de “¿y ahora qué hiciste?”.
—Pidió una lista, Malu. Una lista actualizada de empleados.
—¿Quién? —preguntó solo por protocolo. La respuesta era obvia.
—¿Quién más? Dorian Villeneuve. El mismísimo. Fue hasta la oficina del ama de llaves con esa cara de quien está a punto de abrir una investigación del FBI.
Malu soltó la cuchara.
—Ay, Francine…
—¡Ay nada! —replicó, caminando de un lado al otro como una leona enjaulada—. ¿Qué quiere ese hombre con la lista? ¿Será que solo quiere saber el nombre de la “fulanita” de la noche del baile? ¿O está armando un informe completo con número de documento, tipo de sangre y fecha de la última vacuna?
—Yo apuesto por la segunda —bromeó Malu—. Tiene cara de dormir con una hoja de cálculo abierta.
Francine se detuvo y apoyó los codos sobre