Me quedé quieta, observando a Richard mientras abría los resultados. Cada movimiento suyo parecía medido, deliberado, como si tuviera todo el tiempo del mundo para descifrar algo que yo temía enfrentar. Mi respiración se volvió irregular; mi estómago se revolvía y mis manos se aferraban a la camilla como si fueran la única ancla que me quedaba. No podía apartar la vista de él, aunque cada segundo lo hacía más imponente, más impenetrable.
Vi cómo sus ojos recorrían el papel con frialdad, pero también con esa tensión que nunca había visto en él antes. Su semblante cambió sutilmente: la calma calculadora dio paso a algo más oscuro, más cortante. Mi corazón se aceleró; sentí un miedo profundo mezclado con rabia. Cada latido parecía un recordatorio de que todo estaba a punto de cambiar.
Finalmente levantó la mirada y me atravesó con esos ojos avellana que podían leer cualquier pensamiento. Su voz, grave y firme, llenó la habitación.
—Sí estás embarazada —dijo finalmente, y la frialdad de s