Me giré lentamente, aún con sus brazos alrededor de mí, y lo miré a los ojos. La luz del jardín iluminaba apenas su rostro, dibujando sombras sobre su piel. No lo pensé demasiado. Simplemente lo besé. Fue un beso profundo, intenso, de esos que parecían robarte el aliento y devolvértelo cargado de algo más fuerte.
—Bienvenido a casa —susurré, apenas separándome unos centímetros.
Sus labios se curvaron en una sonrisa que me desarmó.
—Si voy a ser recibido así todos los días, empezaré a llegar más temprano —dijo con esa voz baja que siempre lograba estremecerme—. Podría acostumbrarme muy rápido.
Solté una pequeña risa, y antes de poder responder, él volvió a besarme, esta vez con una dulzura que contrastaba con la intensidad de antes.
—¿Qué te parece si cenamos aquí afuera? —le propuse, acariciando su mejilla—. La noche está demasiado hermosa como para quedarse adentro.
—Me parece una idea espectacular —respondió, mirándome de arriba abajo con esa mezcla de deseo y ternura que solo