Intentaba concentrarme en el folleto, pero era inútil. Sentía su presencia, ese tipo de atención silenciosa que te hace consciente hasta de cómo respiras. Pasaba las páginas sin leer una sola palabra, fingiendo calma, aunque sabía perfectamente que él me miraba de reojo.
—¿Quieres que baje la temperatura? —preguntó de pronto, con ese tono suave que me hizo levantar la vista.
—¿Qué? —pregunté, un poco nerviosa, al ver cómo me miraba.
—Pareces acalorada.
—No… —dije rápidamente, alzando las manos—. Y te recuerdo que te dije que no íbamos a acostarnos.
Él frunció el ceño con una mezcla de confusión y diversión. Entonces levantó un pequeño control remoto y lo agitó frente a mí.
—Hablaba del aire acondicionado, Nora.
Sentí el calor subir a mis mejillas, esta vez no por el ambiente.
—Oh… —murmuré, sin saber dónde meter la cara.
Richard soltó una carcajada, baja y grave.
—Ahora quién es la calenturienta, Nora —dijo con esa sonrisa que sabía exactamente cómo ponerme de los nervios.
Presionó el