—Richard… ¿qué haces aquí? —pregunté en cuanto logré recuperar el aliento. La sorpresa aún me pesaba en la voz—. Es muy tarde.
Él no titubeó.
—Nunca es muy tarde cuando se trata de ti… y del bienestar del bebé.
Me quedé en silencio un instante, notando cómo sus palabras habían esquivado con cuidado lo que realmente quería decir. No quería admitir que estaba preocupado por mí, no directamente, y eso me revolvió por dentro. Dudé, pero finalmente me hice a un lado.
—No era necesario que vinieras —dije mientras lo dejaba pasar y cerraba la puerta detrás de nosotros—. Estoy bien. Puedo cuidarme sola.
Al girarme, lo encontré allí, de pie frente a mí, ocupando el espacio con esa presencia imponente que siempre parecía desbordar los límites de cualquier habitación. Sus ojos me recorrieron con calma, como si evaluaran algo más allá de lo evidente.
—Roger me ha puesto al tanto de lo que sucedió hoy —dijo al fin, con esa voz firme que no dejaba espacio para dudas.
—¿Ah, sí? —fue lo único que log