Desperté con la tibieza de un brazo fuerte rodeándome, atrapándome contra un cuerpo que reconocí al instante. La piel de Richard, desnuda contra la mía, era un recordatorio vivo de lo que había sucedido la noche anterior. El calor de su aliento rozaba mi cuello, acompasado, tranquilo, como si el mundo entero se hubiera detenido para él en ese sueño profundo.
Cerré los ojos un momento, y el peso de los recuerdos me golpeó con fuerza. Su boca recorriéndome, sus manos devorándome con una necesidad que me arrastró consigo, sus labios pronunciando mi nombre en la penumbra como si me perteneciera. Lo había dejado entrar, había cruzado una línea de la que no había vuelta atrás.
El deseo me había dominado por completo, lo había dejado ganar la batalla contra mi razón. Lo busqué, lo provoqué, lo necesité de un modo desesperado, y él me dio todo lo que pedí… y más. Y ahora, aquí estaba, entre sus brazos, desnuda y vulnerable, con una mezcla de placer y culpa corriendo por mis venas. ¿Qué clase