«Hay milagros que llegan a destiempo, pero no por eso dejan de ser milagros».
Julia apretó la sábana con los dedos temblorosos.
El silencio del cuarto era un eco que la estrujaba por dentro.
Acababa de recibir la confirmación oficial: sí, estaba embarazada. Una vida nueva palpitaba dentro de ella.
Pero ¿cómo podía ser tan inmensamente feliz… y al mismo tiempo sentir que el mundo se le caía encima?
El bebé era de Pablo.
No cabía duda. Lo sabía desde el fondo de su piel. Era el fruto de ese amor intenso, furtivo, peligroso y real.
Lloró. Lloró como no lo había hecho en años. Lloró por amor, por culpa, por miedo, por ternura.
Lloró por todo lo que vendría.
Abrazó su vientre.
—Te voy a cuidar… aunque el mundo se venga abajo —susurró, y una tibia esperanza le recorrió el cuerpo.
Desde casa en Miami, Doña Ana se quedó rígida mientras colgaba la llamada con Amara.
Un extraño malestar le recorría el cuerpo. Algo en el aire la punzaba.
Miró por la ventana, al jardín donde el viento parecía más