Tras llegar al hotel en Lisconia, Lorena sintió hambre otra vez.
—César, ¿tienes hambre? ¿Pedimos comida a domicilio? —dijo Lorena, dejándose caer en el sofá y mirando el menú en su teléfono.
César dejó su maletín, ya se había deshecho de la corbata en el avión y ahora se quitaba la chaqueta.
—¿Acaso eres un cerdo? —respondió él.
Dicho esto, se fue al baño a darse una ducha.
Lorena le sacó la lengua en silencio mientras él se alejaba.
Cuando César se preparaba para dormir, Lorena abrió la aplicación de comida a domicilio y comenzó a comer en la mesa.
Después de comer, se dio una ducha rápida y, al salir, vio que César ya estaba dormido en la cama.
Lorena se acercó a la cama, intentó tirar de las sábanas, pero no podía moverlas. Enfadada, le dio una patada a César.
Después de mucho esfuerzo, finalmente logró agarrar las sábanas.
César, dormía echado en la cama sin camisa.
—¡Ojalá te congeles! —murmuró Lorena.
Con las sábanas, fue al sofá y tomó una almohada. Su ropa de dormir estaba en