Teresa nunca imaginó que lo que había hecho en el pasado terminaría pasándole factura ahora.
Eso la llenó de furia. Gritó, casi a punto de estallar:
—¿Qué demonios quieres? ¡Te advierto que estamos en Puerto Mar, aquí los policías sí pueden venir a joderte!
—Relájate, “Chiquita”. No quiero tu cuerpo —respondió el hombre, cambiando de postura. —Runpex está en medio de una competencia por un proyecto multinacional. Quiero que consigas el precio base y la propuesta de su licitación.
—¡Imposible! ¡Ni siquiera participo en ese proyecto, no tengo acceso a esa información! —rechazó Teresa, tajante.
—¿No puedes conseguirlo? Está bien. Entonces tendré que mandarle a César la película que grabamos contigo. Un cuerpo tan joven y esbelto, seguro que le va a encantar.
—Ah, y también conoces a Saúl, ¿verdad? Si le mando la misma película a él también... ¿Tú qué crees? ¿Quién de los dos te va a matar primero? ¿César o Saúl?
—Los hermanos... siempre tan impredecibles, como dos caras de la misma moneda