César no tenía sangre en la cabeza ni heridas visibles en el cuerpo. ¿Acaso tendría un hueso roto debido al accidente? Perla pensó.
Con el pie, intentó mover las extremidades de César para ver si reaccionaba.
—¿César, estás bien? ¡No me digas que te estás haciendo el herido! —dijo, mirando la distancia entre él y el auto, preguntándose si realmente lo había atropellado.
Desde que salió del hospital, Perla había estado sentada en el auto, pensando en todo lo que había pasado. La muerte repentina de su abuelo Rowan le afectaba más de lo que pensaba, pero sabía que no le dolía tanto como a César.
Después de ver que los vehículos de la funeraria y otros familiares se iban, Perla encendió el motor del auto. No esperaba ver a César aún ahí.
—¿Hola? ¿Estas vivo ? —preguntó, agachándose junto a él y dándole unos golpecitos en la cara.
—¡Vamos, despierta! No me digas que estás realmente inconsciente.
Miró alrededor, pero no veía a los guardaespaldas de César, que siempre lo acompañaban.
—Parece