Después de conseguir su número, César no insistió más y la dejó irse.
Perla abrió la puerta y, para su sorpresa, no solo William la estaba esperando, sino también varios miembros de la familia Piccolo, incluido el mismo don Bernardo.
—Ay, Perla, ¡qué belleza de muñeca! —dijo Bianca, acercándose con una sonrisa falsa.
—¡Y madre mía qué cuerpazo! Ese vestido rojo te queda increíble, tan elegante y tan llamativo.
Se inclinó un poco, intentando agarrar el brazo de Perla. Pero Perla se puso detrás de William, evitando que Bianca la tocara.
—Señora Bianca, sería mejor que nos centráramos en lo más importante —dijo con un tono serio, sin esconder su enojo.
—Mi hermano y yo vinimos a esta casa con la mejor intención de celebrar el cumpleaños de su padre y, en cambio, recibimos amenazas, advertencias e incluso agresiones por parte de la señorita Natalia.
Su mirada dejaba ver lo que sentía.
—Hasta me echó vino encima.
Hizo una pausa, mirando a cada miembro de la familia Piccolo