Cuando era joven, después de tener a César, María quería una hija. Pero su esposo, Armando, al ver lo difícil que fue el parto, no quiso tener más hijos. Aunque ya existían las cesáreas, la medicina no era tan avanzada como ahora.
—Señora María —la llamó una vendedora de la tienda.
María espabiló y se acercó con elegancia. Señaló el labial que Marina tenía en la mano y dijo: —Quiero ese. Empáquemelo por favor.
—Me llevo este color —dijeron al mismo tiempo dos mujeres. Marina y Andi se voltearon al escuchar la otra voz.
¡El parecido era increíble!
María miró con cariño al niño que tenía al frente. Si César le diera un nieto, seguramente se vería igual a ese niño.
—De acuerdo, voy ya mismo por su pedido —dijo la vendedora que atendía a María.
Marina miró a la mujer un momento. No la reconocía. Poco después, la vendedora que la atendía regresó y le dijo con tono de disculpa:
—Señorita, lo lamento mucho, pero este color está agotado. ¿Le gustaría elegir otro?
Marina se molestó. —¿Ento