Antes de que se hiciera de noche, Perla terminó de arreglarse y salió con William a la cena. Desde la entrada de la casa, Marina y Andi les sonrieron y se despidieron con la mano.
—¡Adiós, hermanito! ¡Adiós, hermanita!
—¡Adiós, mamá! ¡Adiós, tío William!
Cuando el carro se fue, Marina y Andi se miraron y sonrieron, como si compartieran un secreto. Los que tanto los controlaban ya no estaban.
En la habitación, Marina agarró su bolso y bajó las escaleras. Andi la esperaba, impaciente en la sala, mirando su reloj una y otra vez.
—Tía, ¡apúrate! Se nos va a hacer tarde.
—Aja, ¿por qué tanta prisa? Todavía es temprano, el centro comercial no cierra tan rápido —dijo Marina, bajando los escalones sin apuro. Luego, tomó la mano de Andi y salieron por la puerta principal de la casa.
Antes de irse, les dijo a los guardias de la entrada:
—Cuiden bien la casa. Vamos a salir un rato.
—Sí, señorita Marina —respondió uno de ellos.
Subieron al carro en el estacionamiento y fueron a