Se escuchó un golpecito en la puerta.
—Pasa.
Álvaro entró con una caja térmica en las manos y los dos niños pegaditos a él.
—¡Hermana, qué alivio verte bien! No sabes lo mal que la pasamos desde el día del accidente. No podíamos ni comer ni dormir. Teníamos el alma hecha nudo —dijo Álvaro, con los ojos rojos, al borde de las lágrimas, algo rarísimo en él.
—Mami, ¿todavía te duele? —Andi se subió a la cama sin pensarlo y le echó los brazos al cuello.
—Mami —saludó Orión más tranquilo. No se acercó mucho, solo se quedó al lado de la cama, mirándola con atención de arriba abajo.
Qué suerte tenerla ahí, viva.
Orión le dio un jalón a la ropa de Andi y le murmuró:
—Quítate los zapatos antes de subirte.
—Ah… —A Andi se le había olvidado todo por la emoción.
Perla acarició con cariño las cabezas de ambos y luego miró a Álvaro. Aunque aún tenía los labios muy pálidos, intentó sonreír.
—Los hice pasar un mal rato...
—Hermana, somos familia. No digas esas cosas —contestó Álvaro mientras abría la