Cuando César volvió en sí, le pegó el remordimiento.
Al regresar al cuarto, encontró a Perla con una foto de Teresa entre las manos. Se llenó de rabia, pero más que nada estaba molesto consigo mismo.
Le había fallado a Teresa.
—¿César? ¿César? —lo llamó Perla al ver que andaba en otro mundo.
—¿Ah? ¿Qué pasa? ¿Quieres que ponga el siguiente capítulo? —César parpadeó, volviendo al presente. Al notar que Perla solo lo miraba sin decir nada, empezó a mirar alrededor, preocupado, como si hubiera metido la pata.
Fue entonces cuando notó que tenía el brazo apoyado sobre la cama. Se paró enseguida, quitó la mano y, con cuidado, dijo:
—Perdón.
Perla alzó la ceja con una expresión de “¿y ahora qué?” y señaló la ventana.
—Ya está amaneciendo. Deberías irte.
Era verano, y el cielo se empezaba a aclarar desde temprano, alrededor de las cuatro.
César se quedó un momento quieto. El tiempo se le había ido volando. Sentía que no había estado el suficiente rato con ella.
Se levantó, abrió las cortinas,