—Mami, deberías comer más cositas en el desayuno de ahora en adelante. Si no, se te va a dar gastritis. —Andi usó las mismas palabras que Perla solía usar cuando él no quería comer, imitando el tono de los adultos para regañarla.
Perla entrecerró los ojos y sonrió. —Está bien, mamá lo recordará.
Dieron una vuelta para evitar cruzarse con César y su grupo, y luego se alejaron del parque.
Al otro lado de la calle, en La Mesa Dorada, el restaurante estaba casi vacío, ya que no era hora de comer, solo algunas personas dispersas.
Perla temía sentarse cerca de la ventana y encontrarse nuevamente con César, así que decidió entrar con Andi a una sala privada adentro.
Ricardo, según la hora y la dirección que César le había dado, llegó a La Mesa Dorada en carro.
Cuando abrió la puerta, un mesero se acercó. —Buenas tardes, señor, ¿cuántos son?
—Tengo una reserva, la mesa 6. —Ricardo respondió.
El mesero lo llevó hasta la mesa.
La mesa estaba junto a la ventana, donde ya había u