Gia.
Dimitri ve entre ambos con mucha rabia. No dice más, pero cuando azota la puerta, me erizo. Luego me llevo una mano al corazón, cerrando los ojos, conmocionada.
—¿Está bien, señorita Norwood?
Tal parece que utiliza el mismo tono de voz para todo.
—Ahm… —dudo, aturdida por estar a solas con él—. S-Sí… Gracias señor… Orlov.
Me atrevo a mirarlo, encontrándome con sus ojos oscuros evaluándome. Me siento desnuda de una forma profunda, y eso no ayuda a mi corazón.
—Señorita Norwood sé que ha tenido horas difíciles, pero agradecería que pudiera asistir a mi fiesta esta noche.
Abro la boca para decir que no, pero luego lo pienso. Me acaba de salvar de alguna manera. Se ve que tiene poder sobre Dimitri y eso tal vez sea un beneficio para mí. No obstante, no estoy de acuerdo con lo que vi esta madrugada, así que, sin poder mirarlo demasiado a la cara, hablo.
—Señor Orlov es… Estoy agradecida con su invitación pero… No creo que yo sea el tipo de mujer que le gusta asistir a su tipo de fiestas. Esta madrugada vi… Una mujer estaba…
No termino de hablar cuando escucho un exhalo corto, y luego, su voz.
—Hago esas fiestas días específicos de la semana. Hoy es el día del abogado y vendrán algunos colegas con sus esposas, y amigos. Si aun sabiendo esto no quiere asistir, la entiendo. Pero debe saber que no habrá otra invitación.
Alzo una ceja, sin entender.
—¿Qué quiere decir…?
—Solo hago una invitación. Es bienvenida todas las veces que quiera si acepta la primera vez, de lo contrario, tendrá negado el paso a mi mansión —declara, y antes de que pueda decir algo, él vuelve a hablar—. Entonces la espero en una hora, señorita Norwood.
Luego me da un asentimiento, y camina hacia la puerta. Se va, pero sus palabras me dejan un tremendo dolor de cabeza.
“Tendrá negado el paso a mi mansión”
Al pensar en si es bueno o malo asistir o no, me siento como si estuviera debatiendo con el diablo en qué nivel del infierno debo estar.
No obstante, al ver el rostro de Lev en el retrato de la sala, me doy cuenta que en todo esto hay algo más. Arthur Orlov al parecer conocía bien a Lev, y mucho más a Dimitri. Me resulta extraño porque Lev solía hablarme de los hombres importantes de la ciudad, y nunca me nombro a este.
Me aferro a la idea de que voy a asistir para descubrir qué relación tiene con Lev, y por agradecimiento a su intervención.
Casi corriendo subo las escaleras, llego al pasillo de las habitaciones pero me sorprendo al ver la puerta de la habitación de Lev abierta. No la dejé abierta antes. Entonces, asustada me dirijo hacia allí solo para encontrarme con la sorpresa.
Las ventanas del balcón están abiertas, las cortinas ondeando, y en la cama reposa una caja blanca, con un lazo negro. Me erizo al saber de quién se trata. No me explico en qué momento ocurrió esto.
Mi corazón se acelera al tomar la caja, y al abrirla, jadeo. Un vestido negro indecente de mi talla aparece a la vista, junto a una gargantilla negra y un listón negro que parece parte del vestido.
No tiene tarjeta, pero sé que lo ha enviado él. Me siento confundida y bastante agitada, pensando en las formas en que esto está mal, pero cuando camino hacia el espejo y pongo el vestido sobre mí, muerdo mi labio, nerviosa, sabiendo que esto me quedaría de infarto.
Lo dudo, bastante, pero cuando decido ducharme, arreglarme de pies a cabeza y me veo al espejo, me sonrojo. Es la primera vez que uso una gargantilla, es tejida y se ajusta perfectamente a mi cuello. El vestido llega justo por encima de mis rodillas, es de ceda con corte en v, y el listón forma un lazo que reposa en la abertura desnuda de mi espalda baja.
Llevo puesta una coleta alta, tacones altos que estoy acostumbrada a usar, y mi maquillaje al menos es lo único que no luce peligroso. No sé si debería mostrarme al mundo de esta forma, tan provocativa, pero al verme varias veces al espejo me termino gustando a mí misma, y un poco más segura voy a la mansión Orlov.
El hombre que me dio la caja esta mañana me deja pasar, y jadeo al estar dentro. Sin duda parece un castillo aquí. El hecho de que todo sea color crema lo hace ver fabuloso.
Ya hay varios invitados de traje y corbata, los cuales posan sus miradas en mí. Incluso algunas mujeres me ven, de una forma extraña.
Abrumada por la atención quiero dar un paso hacia atrás, pero aparece en mi campo de visión Arthur Orlov. Lo veo a la cara, y me sorprendo al notar lleva puesto un traje absolutamente negro que le queda exquisito. Pero mucho más me sorprendo al notar que, además de sus hombres, somos los únicos vestidos de negro.
Trago hondo, intimidada por su mirada que me detalla, y con la nariz hormigueando por su perfume, hablo.
—Me gustaría hablar con usted en algún momento, tengo preguntas.
Él asiente, lentamente, pero no responde a eso.
—No tenía que usarlo pero me gusta que lo haya hecho —expresa con el tono de siempre, y luego mi espina dorsal se estremece cuando coloca levemente una mano desnuda en mi cuello, mirándome—. Ahora camine detrás de mí señorita Norwood, y no hable con nadie que yo no le presente.
Miro sus ojos, buscando entenderlo. ¿Y si lo desobedezco?
Su mano abandona mi cuello y mi cuerpo amenaza con refutar por perder su contacto. Pero la orden, la forma en que parece que ha planeado cada detalle de esto, me genera dudas y una sensación insana de seguirlo.
Mientras caminamos veo su espalda que puede taparme, y no sonrió ni hablo hasta que él se da un paso a la derecha para presentarme a todos. Políticos y algunos abogados que jamás he visto en mi vida. Y me pregunto si estos hombres son los mismos de la fiesta de anoche. Me pregunto si alguna de estas mujeres era la que estaba en el capó de la limusina, desnuda, con un collar de cuero en el cuello.
Mis sentidos se aceleran al tocar mi gargantilla, y los nervios me atacan. ¿Me está emboscando? ¿Me obligará a quitarme la ropa y posar para todos?
Demonios, ¡tengo que controlarme! Él me ha salvado. Debo darle una oportunidad.
Lo sigo como sombra por toda la sala, y me siento ridícula, sin saber de qué hablar ya que todos son rusos y además no me gusta la forma en que me miran, por lo que sé que ha sido un error ponerme este vestido.
Nerviosa, alzo la mano hacia un mesero, pero Arthur Orlov detiene su conversación, me ve, y luego le da una mirada fría al mesero, el cual detiene su caminar hacia acá.
Arrugo la cara, molesta por evitarme beber algo. No tiene derecho sobre mí. ¿Quién se cree que es?
Decido caminar fuera del círculo. Siento su mirada en mí pero lo ignoro. No entiendo qué hago aquí. Necesito irme.
No obstante, el hombre de esta mañana, del lado dentro de la mansión me niega con la cabeza.
—Señorita Norwood, no puede abandonar esta mansión hasta que acabe la fiesta.
Mi respiración se agita.
—¿Qué…? —Pero en este momento, él deja salir a un hombre y una mujer, por lo que abro los ojos, sorprendida—. ¿Por qué ellos sí y yo no?
—Porque es una orden directa del señor Orlov.
Jadeante, giro hacia la sala, y lo encuentro mirándome de una forma que me hace sentir que seré castigada por intentar irme.