Mundo ficciónIniciar sesiónQuince días transcurrieron como si flotaran en la burbuja irreal de Santorini.
Dimitrik, movido por una eficiencia fría y casi matemática, había logrado equilibrar sus constantes llamadas de negocios con las excursiones que él mismo había planificado para su luna de miel. Bajo su mando, recorrieron las calles empedradas de Oia y Fira, aunque el ritmo lo dictaba más su agenda que el placer del viaje. De todas maneras, le tenía sin cuidado disfrutar del trayecto; eso era solo un plus al contrato firmado, todo con la finalidad de mantener las apariencias ante la sociedad. Caminaban juntos, pero una distancia invisible se ensanchaba entre ellos con cada paso. Mientras Layla se detenía, maravillada por los atardeceres legendarios que teñían el cielo de oro y violeta, Dimitrik mantenía la vista fija en la pantalla de su teléfono. —Es impresionante, ¿verdad? —comentó ella en voz baja, sin apartar los ojos del horizonte—. Dicen que no hay una luz igual en todo el Egeo. Dimitrik ni siquiera levantó la cabeza. El resplandor azul de la pantalla competía con el sol poniente sobre su rostro. —Sí, es pintoresco —respondió él de forma mecánica, mientras sus dedos se movían con rapidez sobre el teclado—. Solo dame cinco minutos más. Este trato en Londres no va a cerrarse solo. Ella soltó un suspiro apenas audible y regresó su mirada al mar. —A veces me pregunto si realmente estás aquí, Dimitrik. O si solo has traído tu cuerpo de excursión. Él guardó el teléfono en el bolsillo de su chaqueta con un gesto seco y la miró por primera vez en toda la tarde, aunque su expresión permanecía indescifrable. —He organizado todo este viaje para nosotros, ¿no es así? —dijo con esa calma gélida que lo caracterizaba—. Estamos en el mejor mirador de la isla. Disfruta de la vista y deja de hacer berrinches. —La vista es hermosa —replicó ella, sintiendo el frío a pesar del clima veraniego y obviando sus palabras desagradables—, pero se siente muy sola si nadie la mira conmigo. Y justo en ese momento recordó la primera vez que vio a Lucius Draven. Flashback Layla asistió a su primera cena con los Draven. La mansión parecía un museo: mármol pulido, obras de arte y columnas que elevaban techos tan altos que intimidaban. En esa primera cena oficial, Layla se sintió menos como una invitada y más como una pieza de exhibición; la familia la observaba como si fuera una adquisición, no una persona. A su lado, Dimitrik mantenía una distancia gélida; se sentaba junto a ella sin tocarla, dedicándole apenas una sonrisa cortés y casi obligatoria. De repente, Lucius Draven entró al comedor y el ambiente cambió drásticamente. Fue como si una sombra se posara sobre la mesa: elegante, poderosa, con una presencia que se sentía antes de verlo. Sus ojos se detuvieron en Layla un segundo más de lo debido… un segundo que Dimitrik no notó, pero ella sí. Un escalofrío la recorrió desde la nuca hasta el vientre. Durante la cena, Layla sintió esa mirada insistente e intensa, como si Lucius conociera secretos que ella no había dicho en voz alta. Por primera vez desde el compromiso, no pensó en el miedo… pensó en el peligro. Minutos después, sofocada por las conversaciones vacías y los elogios falsos, Layla decidió abandonar la mesa y caminar por el pasillo principal para respirar. En su intento por escapar del sofoco, abrió accidentalmente la puerta de la biblioteca… y se encontró con Lucius. Él la observó como si llevara horas esperando a que entrara. Con una voz grave, le preguntó si estaba huyendo o si simplemente buscaba algo real entre tanta fachada. Layla sintió que sus piernas se debilitaban; había un magnetismo entre ellos que la desconcertaba y la atraía a la vez. Lucius se acercó lo suficiente para que ella sintiera la intensidad de su presencia, pero no la tocó. No necesitaba hacerlo para que el corazón de ella golpeara con fuerza contra su pecho. Con solo una frase, el aire entre ambos terminó por incendiarse. —Cuidado, Layla; en esta casa, lo más real suele ser lo más destructivo... y tú no pareces estar lista para quemarte todavía. Fin del Flashback —Layla, ¿escuchaste lo que te dije? Las palabras de su ahora esposo la regresaron a la realidad. —Lo siento, estaba concentrada en el mar —mintió, ocultando el verdadero motivo de su distracción. —Te decía que ya es hora de la cena y he reservado en el mejor restaurante del lugar. Ella simplemente asintió con un leve movimiento de cabeza. Su esposo la tomó de la mano y comenzaron a caminar por las calles empedradas, dando la imagen perfecta de unos recién casados completamente enamorados. Pero para ella el mundo dejó de existir cuando nuevamente esos recuerdos llegaron a su mente; el protagonista no era otro que Lucius Draven, el tío de su esposo y el hombre del cual estaba locamente enamorada. Porque su relación secreta no se dio aquella vez en la fiesta de su despedida de soltera; fue desde esa cena familiar donde anunciaron su compromiso. Los encuentros se hicieron más seguidos: compartían charlas, almuerzos y paseos robados. Solo se podían ver cuando Lucius tenía tiempo; siendo uno de los CEO no podía darse el lujo de ausentarse de la empresa, pero por esos encuentros él era capaz de cambiar su agenda. Esa noche, entre brindis por un futuro incierto, conversaciones vacías y un baile ante la multitud, pasó algo que no estaba estipulado dentro de los planes. Dimitrik había tomado unas copas de más y, por primera vez, sintió un poco de atracción hacia su esposa. No negaba que era hermosa en todo el sentido de la palabra, pero para él solo representaba un trofeo y su estabilidad en el imperio Draven. Las palabras de su abuela de hace días lo torturaban: no sabía cómo hacer para que su esposa quedara embarazada del heredero. Ese hijo iba a ser su carta bajo la manga y, en un futuro, sería el amo y señor de toda la dinastía. Cuando llegaron al yate con la ayuda de uno de sus guardaespaldas, lo primero que Dimitrik hizo fue arrastrar a su esposa hasta la gran cama. —Mi amor, creo que ha llegado el momento de consumar nuestro matrimonio —susurró cerca de su oído. —Dimitrik, no… —Aunque esto sea un contrato —le mordió el lóbulo de la oreja—, debes cumplir con tus deberes como esposa. Sabes que debemos engendrar un heredero, y si es esta misma noche, sería mucho mejor. Y esa noche, entre besos fríos, caricias vacías y gemidos entrecortados, finalmente se consumó un simple contrato, porque en esa entrega no había amor ni sentimientos de por medio.






