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ENTRE DESENCUENTROS Y DESPEDIDAS

Finalmente, la pareja llego a la enorme mansión que había comprado para ellos Giuseppe como regalo de bodas. El desprecio entre Isabella y Francesco no era solo un juego de miradas heladas; estaba impregnado en cada palabra y gesto, un veneno que contaminaba el aire de la mansión Rossi Moretti.

En la mañana, durante el desayuno, el tenso silencio se rompió con las palabras cortantes de Francesco, dejó la taza de café sobre la mesa con brusquedad. La porcelana tintineó como una advertencia.

—Lo que te dije en la luna de miel parece que no te quedó claro —soltó con frialdad—. Este matrimonio es solo un contrato más. No eres más que una sombra que la familia me obligó a cargar. Así que en cuanto contrates al mayordomo, dile que me prepare una de las mejores habitaciones. Solo dormiré contigo cuando tenga que aparentar ante los demás.

Isabella lo observó sin pestañear, su rostro inalterable, como una máscara tallada en mármol. —Como mí amado esposo ordene —dijo con una calma escalofriante—. Aunque no hayas elegido este matrimonio, podríamos hacerlo tolerable. No tiene por qué ser un infierno.

Francesco soltó una risa cínica, se levantó con violencia, derribando ligeramente la silla detrás de él. —Nada cambiará, Isabella. Este matrimonio es una condena. No te atrevas a pensar que puedes convertirlo en otra cosa. ¿Acaso no entendiste nada de lo que te dije en la estúpida luna de miel? ¿Tantos años en Europa y tu cerebro aún no capta lo obvio?

—Que no se diga que no lo intenté, Francesco. Pero si así tienen que ser las cosas… entonces que comience el juego.

Francesco no respondió. Su teléfono vibró. Una llamada. Negocios. Poder. Furia. —Necesito irme. No sé cuánto tiempo estaré fuera. Tal vez deberías ocuparte de tu nueva “vida”. —Y se marchó sin mirar atrás.

Isabella permaneció sentada, rodeada del silencio. Las flores en el centro de mesa parecían marchitarse con cada segundo. Su respiración era tenue, pero sus ojos… sus ojos brillaban con lágrimas que ya no dolían.

«No fue por amor. No fue por familia. No fue por obediencia. Fue por estrategia», pensó.

Se obligó a respirar. A incorporarse. A tragarse el llanto.

—No, Francesco. Yo no vine aquí a mendigar tu amor. Eso lo enterré junto a la niña que destruiste en aquella cabaña. Lo único que me sostiene ahora es saber que Nick está vivo. Y que Alessa está a salvo. El resto… es ceniza.

Sin embargo, como ya se lo había dicho a Francesco, era hora de mandar los sentimientos a la m****a y ser tan implacable como lo era en los negocios, si el amor había decidido golpearla fuerte hasta dejarla sin aliento, ella daría la pelea para llevar su imperio a niveles inimaginables y eso nada ni nadie lo impediría.

Mientras tanto Francesco conducía hacia el corazón del negocio familiar, una atmósfera de peligro se apoderó del entorno. La ciudad, con sus callejones desolados y secretos insondables, se volvía más amenazante a medida que avanzaban las horas. Francesco, con el ruido sordo de sus pasos resonando en la desierta calle, se adentró en la penumbra de un almacén abandonado.

De repente, una sombra se materializó frente a él, revelando la figura de un hombre con la mirada cargada de hostilidad. —Francesco Rossi, siempre metiéndote donde no te llaman. Tu abuelo no podrá salvarte esta vez. —Gruñó el desconocido.

El peligro parpadeó en los ojos de Francesco mientras la atmósfera se volvía eléctrica. — ¡Angelo Rinaldi! —Exclamo Francesco, ahora entiendo por qué tu cuerpo no fue hallado en el accidente donde murieron mi padre y mi tío, siempre sospeche que eras un maldito traidor, jamás confié en ti.

—Pues ya vez, no te equivocaste, no puedo negar que, por una parte, ere más inteligente que tu padre y tu tío; sin embargo, por otra parte, un par de lindas piernas hacen que pierdas la cabeza, y mientras tú lloriqueas por no estar con Elena mi gente y yo acabamos con la dinastía Rossi. Pero en fin a lo que vinimos, como ya debes saber, tu gente perdió un poderoso cargamento, tu abuelo debe estar muriendo de rabia y lo peor es que no sabe que no solo perdió ese cargamento, sino que también perderá a su nieto favorito.

En ese instante no había tiempo para dudas, era disparar o morir. Francesco se ocultó detrás de una maquinaria que estaba en el lugar y comenzaron a intercambiar disparos, de pronto dos hombres salieron tras las sombras y se unieron a Angelo quien con un ágil movimiento con su mano le indicaba a los otros dos dividirse para poder acabar con Francesco. La confrontación que se desarrollaba en aquel oscuro rincón de la ciudad no solo amenazaba la seguridad de Francesco, sino también el delicado equilibrio de su vida.

Francesco sigilosamente observó el reflejo de uno de los hombres que le disparaba y espero a que volviera a apuntar en ese instante la mano de Francesco fue más rápida y sin más acciono su arma dando un certero disparo en la frente del hombre, en ese instante el otro hombre al ver a Francesco se le abalanzó encima.

La escena se desenvolvió con rapidez y ferocidad, cada movimiento calculado para infligir daño. Golpes, palabras afiladas como cuchillos y la tensión en el aire crearon una danza de violencia. Francesco, atrapado en este torbellino de peligro, se vio obligado a mostrar una destreza que iba más allá de las reuniones familiares, después de algunos golpes Francesco alcanzo su arma y le disparo dejando su cuerpo a un lado para ir por Angelo.

— ¡Angelo, maldito bastardo, sal de donde estás! Angelo, que pasa, tienes miedo enfréntame si eres tan hombre, matar es muy fácil, pero para dirigir este negocio tienes que saber mucho más que disparar y traicionar a quien te daba de comer. —Grito Francesco.

Tras los gritos de Francesco resonaron dos disparos, uno de ellos impacto el brazo de Francesco, quien cayó al suelo, mientras se levantaba sintió una fuerte patada en el estómago y regreso al suelo.

—Aquí estoy Francesco, no sabes cómo me encanta verte arrastrar como un miserable gusano, sabes que falta para que la escena sea más interesante, que supliques por tu vida. Ya sé lo siguiente que haré, mataré a tu abuelo y luego a tu primo, me divertiré con Elena y por último le propondré matrimonio a Isabella, quien no dirá que no al darle a Elena como regalo de bodas. Sé que debe odiarla, quizás la torture durante días y luego le dé un tiro de gracia para que vaya al infierno a reunirse contigo.

En ese instante Francesco reunió todas las fuerzas y derribo a Angelo, nuevamente se iniciaba una lucha a muerte, pero en esta ocasión eran Francesco y Angelo quienes la protagonizaban. Golpes iban y venían sin cesar, todo el rencor contenido durante años estaba siendo expresado en ese momento.

Luego de un arduo forcejeo Francesco tomo el arma y le propino un tiro a Angelo en el abdomen, Francesco exhausto se puso de pie frente a su oponente y dijo. —Es momento de decir tus últimas palabras Angelo.

Angelo con el rostro ensangrentado y con una de sus manos en el abdomen sosteniendo la herida, sonrió —Qué ingenuo eres, ¿crees que con matarme se termina el problema?, esto va más allá de lo que piensas y tarde o temprano tú y tu familia terminaran muertos y será tu culpa, el golpe vendrá de quienes menos piensas.

—Eres un maldito imbécil, habla di quienes están detrás de todo esto, porque no se enfrentan a mí, no tienen el valor para hacerlo porque saben que terminaran como tú.

—Ja, ja, ja, ya lo verás Francesco y cuando ese día llegue caerá ese velo que llevas puesto, ese que te impide ver quién realmente te rodea y sabrás quién es realmente el imbécil.

Francesco, harto de oír las palabras de Angelo levanto el arma y le dio dos tiros en la frente, poco después herido y ensangrentado camino hacia el auto y condujo de regreso a casa.

Mientras el oscuro episodio quedaba atrás, Francesco, llego herido y muy golpeado, abrió la puerta y sin más fuerzas cayó inconsciente. Don Marco y Leonardo, que se encontraban en la mansión platicando con Isabella sobre la pérdida del cargamento, fueron sorprendidos por los gritos de Ludovica, una de las chicas de servicio y la voz de Vincenzo, el nuevo mayordomo de la mansión, Rossi Moretti, captaron la atención de los presentes quienes salieron a ver lo que sucedía.

No podían creer lo que estaban viendo, no sabían si toda la sangre que estaba sobre Francesco le pertenecía, Leonardo era un hombre fuerte que había visto y hecho muchas cosas, pero en esta ocasión ver a Francesco de esa manera no era algo que podía soportar, quería la cabeza de quien se había atrevido a tocar a su primo.

Isabella corrió hacia él sin importar que estuviera ensangrentado y comenzó a impartir ordene. —Vicenzo, rápido, llama a los chicos de seguridad para que lo lleven a la habitación. Ludovica trae agua tibia, toallas, gasas, alcohol y todo lo que allá en el botiquín de emergencia.

— ¿Qué vas a hacer Isabella? —Pregunto Leonardo.

—Voy a limpiarlo, y ver qué tan herido está, si hay alguna bala tengo que extraerla, no sé qué tanta sangre ha perdido, pero se ve muy mal Leonardo.

— ¿Estás segura de lo que haces?, podemos llevarlo a emergencias.

—Leonardo, soy doctora, sé lo que hago además llevarlo a una sala de emergencia es atraer a la policía y en este momento es algo que no podemos hacer.

—Isabella tiene razón, Leonardo, ya cálmate, ella sabe lo que hace, esto no se quedara así, en cuanto Francesco mejore buscaremos al responsable, mira allí vienen los chicos apártate para que lo lleven a la habitación.

Después de llevar a Francesco a la habitación, Isabella lo despojo de la ropa que llevaba puesta y comenzó a curar sus heridas y golpes, luego le coloco un sedante para extraer la bala que tenía en el brazo y al roce en un costado del abdomen que provocó una de las balas disparadas en la pelea.

Minutos después, Isabella había terminado su labor. —Estará bien Don Marcos, dormirá por una hora gracias al sedante que le coloque, lo dejaré con el mientras pido que preparen dos habitaciones y por su puesto algo de cenar. No quiero que salgan, aunque la mansión no está lejos, es preferible ser prudentes.

—Ahora les pido que me disculpen, debo hacer algunas llamadas. Ese cargamento tiene que aparecer y no hay margen para errores.

Dio instrucciones para que se prepararan dos habitaciones y se sirviera la cena. Luego, con la voz seca y precisa, giró llamadas, cruzó datos, exigió resultados. Tenía que saber quién estaba detrás de la pérdida. Si había una nueva competencia, si alguien de dentro los había traicionado. Y cuando lo supiera, no quedaría piedra sobre piedra.

Minutos más tarde, regresó a la habitación. Francesco aún dormía, inconsciente de todo. Leonardo y Don Marcos permanecían sentados junto a él, como dos centinelas de otra época.

—Abuelo, Leonardo, las habitaciones están listas. Hay ropa nueva esperándolos. En unos minutos servirán la cena. Yo me quedaré con Francesco, no se preocupen.

Don Marcos asintió con orgullo.

— ¡Wow! No sabes lo orgulloso que estoy de ti. Te has convertido en una mujer fuerte, capaz de mantener la cabeza fría en medio del caos. Ya no eres aquella niña que sollozaba a mis pies, rota por culpa de este insensato. Tomaste la decisión más difícil, y la tomaste por la familia. Pero algo me dice que muy en el fondo... ese corazón tuyo aún late por ese chico tonto.

Isabella alzó una ceja, elegante e indescifrable.

—Ay, abuelo... qué cosas dices. Mejor no recordemos cosas desagradables. Las habitaciones están listas. Nos vemos en media hora en el comedor.

Leonardo y Don Marcos abandonaron la habitación. Isabella se quedó de pie, con la espalda recta y la mirada clavada en Francesco. El silencio era espeso, cargado de recuerdos y heridas mal cerradas.

Y entonces, pensó:

«No, abuelo. Mi corazón no late por Francesco... No desde hace mucho. Ahora. Es mi deber. Es el poder. Es saber que sobreviví a todo. Que soy la mujer que ellos jamás imaginaron. Francesco no me destruyó... solo me empujó a convertirme en lo que ahora ven. Y lo que ven… no es una esposa. Es una reina.»

En ese momento, Francesco despertó con una mueca de dolor y la voz ronca:

— ¿Qué haces aquí, Isabella? ¿Acaso estás esperando a que muera?

Ella lo observó, impecable, con la misma expresión que una reina ofrece a un plebeyo insolente.

—No seas idiota, Francesco. Veo que los golpes afectaron más que tus costillas. Aunque pensándolo bien… si murieras, no sería tan mala idea. Sería la reina indiscutida de la N’drangheta. Y si quisiera, podría volver a casarme. Imagina... Isabella Moretti uniendo la Cosa Nostra y la N’drangheta con Salvatore a mi lado. Sería... exquisito.

—Eres tan fría, interesada y manipuladora, no sé cómo mi familia puede estar tan ciega contigo, Isabella.

—No querido, te equivocas aquí el único ciego en la familia Rossi eres tú.

En ese instante, Don Marco y Leonardo se encontraban detrás de Isabella presenciando en silencio la discusión. —Me alegra que ya estés despierto y por su discusión puedo intuir que te sientes mejor.

—Si abuelo ya estoy mejor y tenemos mucho de qué hablar.

—Creo que esa conversación quedara para mañana, le pediré a Ludovica que te traiga la sopa y el calmante para el dolor, mientras nosotros cenamos.

—Deberías ser tú quien traiga la comida y el medicamento, después de todo eres mi esposa y debes cuidarme.

—Ja, ja, tú lo acabas de decir soy tu esposa, no tu sirvienta, no vengas ahora a decir que te hago falta; además cenaré con tu abuelo y tu primo y después saldré con tu primo a recuperar nuestra mercancía. Buen provecho y que descanses.

Luego de esas palabras Isabella salió de la habitación y tras ella Don Marcos y Leonardo no hay duda de que la noche sería realmente larga después de cenar irían por el cargamento sin saber si volverían.

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