La mansión Rossi-Moretti parecía un mausoleo. El eco del llanto de Isabella todavía flotaba como un lamento entre sus muros.En una de las habitaciones, Chiara, con las manos temblorosas, tomó el teléfono y llamó a Charly. La línea tardó unos segundos en conectarse, y cuando su voz sonó, fue un susurro de angustia.—Charly... —sollozó—. Es... es el bebé. Lo secuestraron y hace un momento lo encontraron... muerto.Chiara termino de contarle todo y un silencio denso cruzó la línea.Charly contuvo el aire en los pulmones, sintiendo cómo una parte de él se quebraba también.—Arreglaré todo, Chiara —respondió con voz firme pero herida—. En la madrugada estaremos de regreso.Al colgar, Charly marcó de inmediato otro número: el de Nick Walton. Cuando Nick contestó, su voz sonaba adormilada, pero al oír las palabras de su amigo, se tensó como una cuerda.—Nick... Isabella te va a necesitar —dijo Charly, sin adornos—. El niño... fue secuestrado u no sobrevivió, Carter esta herido.Un rugido so
La noche cayo, sobre los rostros cansados, Don Marcos se levantó y le ordeno a todos que fueran a descansar, todos asintieron y uno a uno comenzó a retirarse el último en levantarse fue Francesco, en silencio siguió los pasos del abuelo.Cuando pasaron por la puerta principal de la habitación del pequeño, Francesco se detuvo por un momento hizo para girar la manilla pero la mano de Don Marcos se lo impidió. —Déjala, ahora no es el momento, si la presionas solo encontraras su peor versión. Dale tiempo.Francesco asintió, y continuo a la otra habitación, al entrar se dejó caer sobre la cama, como podía pasar de ser un hombre que hace unos días lo tenía todo, que era inmensamente feliz y ahora era un pobre cuerpo sin alma.Pronto llego la mañana, había trascurrido tres días desde el entierro y aun Isabella seguía encerrada en la habitación del pequeño aferrada a ese pequeño oso que tanto le gustaba.En la sala todos estaban reunidos, con las caras largas, todos habían recibido la misma r
Francesco ya se había recuperado por completo. Caminaba con firmeza, su mirada tan letal como sus decisiones. La herida física había sanado, pero lo que ardía dentro de él… eso era otra guerra.Esa noche, el abuelo intentó lo imposible: reunirlos a todos a la mesa, como en los viejos tiempos.Un último intento por recuperar la sombra de la familia que fue.—Esta noche no quiero excusas —había dicho con voz firme—. Todos a cenar.Y lo logró.Alessa, Chiara, Leonardo, Charly, Francesco, Jacomo, Carter y Arthur estaban presentes.Incluso Isabella, aunque su mirada no estaba allí.Ana, la fiel nana, y Franco el mayordomo,supervisaban en silencio desde la distancia, vigilando que todo estuviera en orden, como siempre.Era una cena que parecía sacada de otro tiempo.Los cubiertos sonaban, los platos se llenaban… pero el aire estaba impregnado de tensión contenida.Entonces, el celular de Isabella vibró. La pantalla iluminó su rostro con un nombre que bastaba para encender el fuego: Salvator
El trayecto a la casa fue silencioso, pero no incómodo. Había una paz contenida, casi sagrada, como si cada uno de ellos supiera que ese instante estaba hecho para ser recordado.Al llegar, el sol acariciaba los jardines con ternura. Isabella bajó del coche con el niño en brazos. Nick se quedó parado junto a la puerta del conductor, sin moverse.—Quédate —dijo ella, mirándolo.—Tengo algunas cosas que hacer —respondió él, mirando hacia otro lado.—Almuerza con nosotros, al menos —insistió Isabella.Nick asintió con una sonrisa pequeña.En el jardín, el aire olía a menta y madreselva. Las copas tintineaban, los platos estaban servidos, y por primera vez en mucho tiempo, la risa sonaba natural.Después del almuerzo, se quedaron sentados bajo la sombra de un roble frondoso.Carter miró a Nick, se cruzó de brazos con teatralidad y dijo:—Buen trabajo, novato.Nick se rió y miró a Isabella, que sostenía al niño dormido en su regazo.— ¿Sabes? Por ella, hasta el fin del mundo… aunque su cor
Cinco años después…En Calabria, los negocios prosperaban, las heridas se cubrían con silencios, y la calma era tan engañosa como el mar en invierno. Pero incluso en la aparente paz, el pasado no descansaba... solo esperaba.Una mañana templada, mientras el sol comenzaba a bañar los cimientos del imperio, Rossi-Moretti vibraban con un problema inesperado:—Jefe, tenemos un problema con las firmas del resort —extendió el papel—. Al revisar los documentos de renovación del fideicomiso, el abogado notó algo… Las cuentas no se pueden seguir moviendo.Francesco endureció el rostro.—¿Eso por qué? —respondió viendo a Jacomo y luego al abogado.Jacomo vio al abogado y, encogiéndose de hombros, tomó asiento y dijo:—Suerte.El abogado, un hombre delgado, de traje oscuro y rostro cansado, cerró la carpeta con lentitud y alzó la vista.—Señor Rossi… Para poder mover las cuentas de la constructora, necesitamos la firma de la señora Isabella.Francesco entrecerró los ojos; su voz salió como un cu
El sol de la tarde bañaba los viñedos de Calabria con una luz dorada, mientras la brisa acariciaba las hojas de los olivos y traía consigo el aroma inconfundible de los campos de lavanda. La mansión Rossi-Moretti, imponente y majestuosa, se alzaba en medio del paisaje, con sus muros de piedra reflejando la calidez de un hogar donde el pasado y el futuro volvían a encontrarse.En la entrada principal, la familia se había reunido para dar la bienvenida a Isabella y a los niños. Charly, Alessa, Leonardo, Chiara con el pequeño Mateo de la mano, el abuelo y Jacomo estaban presentes, junto con los empleados de la mansión, todos con sonrisas y ojos brillantes de emoción.El sonido de un automóvil acercándose rompió la calma del ambiente. El motor se detuvo con suavidad frente a la entrada, y de él descendió Isabella, radiante, con una sonrisa que iluminaba su rostro como el sol reflejado en la lavanda. A su lado, Marco bajó con paso seguro, seguido por los mellizos Fiorella y Alessandro, qui
La mañana se había colado por los ventanales como un susurro cálido. En la mansión, el canto de los gorriones era acompañado por el lejano rumor de las olas rompiendo contra los acantilados. El aroma del pan recién horneado flotaba desde la cocina hasta las habitaciones, donde un nuevo día traía promesas de esperanza.Isabella, con una camiseta blanca arremangada y el cabello recogido en una coleta suelta, sostenía una brocha de pintura entre los dedos. A su lado, Francesco mezclaba colores en una bandeja como si estuviese preparando una obra de arte. Estaban en la habitación de Fiorella, rodeados de latas abiertas, papeles protectores sobre el suelo, y pequeñas huellas de pintura que ya salpicaban la madera.— ¿Estás segura de que a nuestra pequeña ejecutiva le gustará el color lavanda con detalles dorados? —preguntó él con una sonrisa ladeada, mientras agitaba el rodillo.—Ella lo aprobó por videollamada desde el spa —contestó Isabella riendo—. Aunque insistió en que debía tener un
El sol de la mañana caía con suavidad sobre los cristales de la fachada principal de la constructora. El mármol pulido del vestíbulo reflejaba los pasos apresurados de empleados en trajes oscuros, que detenían su andar al ver a Francesco entrar acompañado de Isabella, Leonardo, Alessa… y de una pequeña procesión infantil.Marco iba al frente, con una carpeta en la mano que había tomado prestada como si se tratase de un informe confidencial. Alessandro caminaba algo distraído mirando las enormes pantallas que mostraban gráficas en movimiento. Pero la que capturaba todas las miradas era Fiorella.Vestía un traje Armani rosa con una chaqueta a juego sobre sus pequeños hombros, gafas de sol redondas —que no se quitaba por nada del mundo—, y sostenía una libreta donde anotaba observaciones con un lápiz decorado con plumas. Caminaba con determinación, como si el futuro de la empresa dependiera de su análisis.Jacomo, que los esperaba en la entrada del lobby con un café en la mano, sonrió ap