Luciana había aprendido a desconfiar del silencio. En su mundo, los vacíos estaban llenos de mensajes cifrados, y los nombres que nadie mencionaba solían ser los más peligrosos. Desde la reunión con Camila y la propuesta envenenada que había recibido, su instinto no la dejaba en paz. Sabía que había piezas que aún no encajaban.Y una de esas piezas era Julián Vega.Durante meses, había sido parte de la investigación en las sombras. Discreto, eficaz, conectado. Pero algo en él había empezado a inquietarla: su habilidad para acceder a información antes que nadie, sus evasivas cuando se mencionaba el nombre de Sebastián Cortez, y sobre todo, su insistencia en no aparecer nunca en los créditos ni en los agradecimientos.Una madrugada, después de releer el fragmento inédito del manuscrito de Elena que Camila le había mostrado, Luciana abrió su computadora y decidió investigar por su cuenta.⸻Comenzó con lo básico: antecedentes académicos de Julián, sus artículos publicados, colaboraciones
El paquete llegó sin aviso. Un sobre manila cerrado con cera roja, sin remitente visible. Luciana lo encontró al pie de la puerta cuando regresaba de su caminata habitual junto al mar. El viento fresco le había aligerado el alma, pero al ver el sobre, el peso regresó de golpe al pecho.No había sello. No había nombre. Solo una dirección escrita a mano: la suya.Lo llevó al interior de su pequeña vivienda, lo dejó sobre la mesa y lo miró durante largos minutos antes de abrirlo. El presentimiento era fuerte. Ese tipo de intuición que uno no puede ignorar.Dentro, cuidadosamente dobladas, había tres hojas. Papel antiguo, amarillento. La letra era reconocible. Impecable. Con ese trazo elegante que Luciana había aprendido a identificar entre miles.Era Elena.⸻Querida alma que me encuentra,Si estás leyendo estas líneas, es porque alguien ha tenido el valor de escarbar entre las ruinas. Porque mi voz, aunque silenciada, ha encontrado eco en la tuya.No me llamo Elena. Ese fue un nombre qu
La noche había caído sobre la cabaña con un silencio espeso, cargado de decisiones que ya no podían postergarse. Alexander Varnell había dejado el contrato millonario de Eleanor sobre la mesa durante semanas. Intacto. Como un cadáver exquisito de papel y tinta que prometía dinero, prestigio, pero también olvido. Olvido de Luciana. De Nemesia. De Elena. De todo lo que había construido con palabras que le costaron el alma.Esa noche, sin más preámbulo, lo tomó entre sus manos. Lo leyó una vez más, sin detenerse, como si quisiera dejar que cada línea le escociera la piel. Al llegar a la última página, tomó la pluma.Y firmó.Pero no el contrato.Firmó la portada de un cuaderno nuevo, con una sola frase:“Mi historia no está a la venta.”Luego arrojó el contrato al fuego. Las llamas lo devoraron con rapidez, como si supieran que jamás había tenido valor.⸻Horas después, Alexander abordaba un tren rumbo al norte. Nadie sabía a dónde iba. Ni siquiera él lo tenía claro del todo. Solo sabía
Luciana tenía el correo abierto frente a ella desde hacía una hora. El mensaje era claro, formal, entusiasta:“Estimada L. F. Sombra, nos complace invitarle como autora destacada al Festival Internacional de Letras en Lisboa. Su obra ha tocado miles de corazones. Sería un honor contar con su presencia como panelista invitada…”Era el tipo de correo que había soñado recibir durante toda su vida. El tipo de reconocimiento que muchos escritores tardaban años en alcanzar. Pero ella no podía dejar de mirar el final del mensaje:”… cubrimos todos los gastos, excepto acompañante. En caso de asistir con algún invitado, por favor notifíquelo.”Y ahí estaba el núcleo de la cuestión: ¿Iba a ir sola?⸻Las palabras de Elena aún resonaban en su cabeza. La carta, cada vez que la leía, le dejaba una sensación mezcla de fuerza y temor. Ella tenía ahora la verdad en sus manos. Pero también sabía que cualquier paso en falso podía costarle no solo su reputación, sino su seguridad.El viaje a Lisboa repr
Luciana no durmió esa noche. La nota que el camarero había dejado seguía en su mano, doblada cuidadosamente, como si el papel ardiera. No había firma, pero no la necesitaba. Conocía esa caligrafía. Esas palabras. Esa contención disfrazada de distancia.Alexander estaba allí.Y había venido por ella.No para interrumpir. No para exigir. Solo para mirar desde lejos, como si ver que ella brillaba fuera suficiente. Pero ¿era suficiente para ella?⸻A la mañana siguiente, Lisboa se despertó con cielo despejado. La ciudad tenía ese aire suspendido entre historia y presente. Las calles empedradas, los tranvías antiguos, los balcones con ropa tendida y flores vivas. Todo parecía invitar a la decisión.Luciana salió del hotel sin rumbo fijo. Caminó hasta perder la nocíon del tiempo. En su bolso llevaba la carta de Elena, su cuaderno y la nota. No había vuelto a leerla, pero cada palabra estaba grabada en su mente.Estás lista para tu segunda historia.Ese “segunda” la había golpeado más fuerte
Lisboa despertó bajo una lluvia ligera. Desde la ventana del hotel, Luciana observaba cómo las gotas desdibujaban el contorno de la ciudad. A su lado, Alexander dormía con el rostro relajado, como si por fin hubiese encontrado algo de paz. Habían dormido juntos, pero no se habían tocado más allá del beso de la noche anterior. No había prisa, no había necesidad de hablar demasiado. Ambos entendían que algo había cambiado.Luciana se sentó frente a su cuaderno y comenzó a escribir. Ya no desde la rabia o el abandono, sino desde la reconstrucción. Las palabras fluían con una claridad que no recordaba haber sentido antes. Había una historia que necesitaba ser contada. Y por primera vez, no tenía miedo de ser ella quien la dijera.Cuando Alexander despertó, la encontró escribiendo con la concentración de alguien que ha sobrevivido a una tormenta. Sonrió y se acercó en silencio.—¿Lo leíste todo? —preguntó ella sin levantar la vista.—Varias veces —respondió él. Su voz tenía ese tono profun
La mañana siguiente al mensaje en el espejo, Lisboa parecía haber cambiado de piel. El cielo estaba plomizo, y el bullicio habitual de las calles se sentía lejano, como si el mundo entero contuviera la respiración. Luciana se despertó antes que Alexander, con el corazón latiendo fuerte, pero no de miedo: de certeza. Algo había cambiado. Algo se había roto para abrir paso a otra cosa.Bajó al lobby con su cuaderno bajo el brazo, vestida con ropa sencilla, sin maquillaje. Mientras pedía un café, escuchó su nombre.—¿Luciana Ferrer?Una mujer de mediana edad, con una carpeta en la mano, se le acercó con discreción.—Soy reportera de El Faro Literario. Me han dicho que estás escribiendo una novela basada en un archivo perdido de Elena D. ¿Es cierto?Luciana la miró fijamente. No respondió de inmediato. El eco de las palabras escritas con lápiz labial rojo aún le vibraba en la memoria.“Algunas historias no deben contarse.”Respiró hondo y respondió con serenidad:—No es una novela. Es un
Oslo los recibió con un cielo blanco y silencioso. Las calles parecían hechas de cristal, y el aire cortaba como un bisturí. Luciana observaba por la ventanilla del taxi los edificios elegantes, el reflejo del invierno sobre los ventanales y los rostros apurados de los transeúntes. Se sentía como si hubiese entrado en una versión paralela de su propia vida.A su lado, Alexander tomó su mano, sin decir nada. Era un gesto simple, pero en él habitaba toda la certeza del mundo.El hotel era sobrio, elegante. Les dieron una suite con dos ambientes. La organización del Congreso de Literatura y Verdad había cubierto todos los gastos, e incluso habían incluido seguridad adicional tras la exposición mediática que había generado su historia.Luciana se sentó frente a la ventana con una taza de té humeante. Alexander la observaba desde el umbral de la puerta del dormitorio, como si temiera interrumpir su silencio sagrado.—Parece que al fin llegamos al lugar donde nos atrevimos a contar todo —di