La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas de lino blanco en la habitación de Luciana y Alexander. El canto lejano de los pájaros anunciaba un nuevo día, pero el ambiente en la mansión estaba cargado de una tensión silenciosa.
Luciana se despertó lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de Alexander a su lado. Él aún dormía, su respiración profunda y rítmica. Observó su rostro relajado, notando las pequeñas líneas de preocupación que se habían formado en las últimas semanas. Con cuidado, deslizó su mano por el pecho de Alexander, sintiendo el latido constante de su corazón bajo sus dedos.
Alexander abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada de Luciana.
—Buenos días —murmuró él, con una sonrisa adormilada.
Luciana le devolvió la sonrisa, inclinándose para besarlo suavemente en los labios.
—Buenos días. ¿Dormiste bien?
Alexander asintió, estirándose ligeramente.
—Sí, aunque creo que podría dormir una semana entera y aún sentirme cansado