La mañana transcurría con una calma engañosa en la mansión de Alexander. Luciana intentaba concentrarse en escribir, pero la presencia de Alexander al otro lado de la habitación hacía que su mente estuviera en cualquier lugar menos en la página frente an ella.
La noche anterior había cambiado algo entre ellos.
Él había admitido que la necesitaba.
Y ahora, cada mirada que se cruzaban estaba cargada de una tensión diferente.
Sin embargo, en lugar de enfrentar esa conversación pendiente, ambos habían decidido sumergirse en el trabajo.
Pero esa paz no duraría mucho.
Un golpe en la puerta los interrumpió.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Luciana, levantando la vista de la pantalla.
Alexander frunció el ceño y se levantó.
—No.
Abrió la puerta y, para sorpresa de ambos, Javier Rosales estaba allí.
Luciana sintió cómo su estómago se contraía. Hacía meses que no lo veía en persona.
—¿Javier? —preguntó, sorprendida.
Javier sonrió con su encanto habitual.
—¿No puedo visitar a una vieja amiga?
Alex