La confrontación con Sofía frente a mi oficina me había dejado temblando, a pesar del brazo protector de Maximiliano a mi alrededor. Su mirada llena de odio y su promesa de recuperarlo a cualquier costo se habían grabado en mi mente. La seguridad que Maximiliano había dispuesto se sentía ahora como una fina barrera contra una tormenta inminente.
Al día siguiente, mientras trabajaba, recibí un mensaje de texto de un número desconocido.
Era una foto de Andrés.
Estaba atado a una silla, con una cinta cubriéndole la boca. Debajo de la foto, un mensaje escalofriante:
—Si quieres volver a verlo con vida, harás exactamente lo que te diga. Sin preguntas. Sin alertar a Maximiliano. Te enviaré instrucciones.
Mi corazón se detuvo. El terror me invadió como una ola helada. Andrés... Sofía lo tenía. Sabía de nuestra amistad, sabía que él era importante para mí y para Maximiliano. Su mente retorcida había encontrado la manera perfecta de obligarme a cooperar sin forcejeos ni escenas públicas.
Mi