La atmósfera en la oficina se había vuelto opresiva, cargada de secretos que parecían susurrarse en cada rincón.
Observaba a Maximiliano con una atención casi paranoica, analizando cada una de sus interacciones con Sofía. Sus llamadas seguían siendo un misterio, su voz apenas audible tras la puerta cerrada, pero la tensión que emanaba de su oficina era palpable.Las visitas de Sofía, cada vez más frecuentes, se habían convertido en un recordatorio constante de mi propia insensatez al aceptar su juego. ¿En qué demonios estaba pensando al creer que podía separar el deseo de la emoción? La culpa me carcomía por dentro, un ácido lento que corroía mi autoestima. Estaba pensando seriamente en dejar el trabajo, pero no podía dejar este sin tener otro asegurado. Tenía que empezar a buscar.Un día, mientras compartíamos un café amargo en la sala de descanso, Daniela se inclinó hacia mí, con los ojos brillantes de una curiosidad mal disimulada.-Clari, a