Después del almuerzo con los socios mexicanos, la tarde se deslizó entre reuniones y llamadas. El señor Mendoza, afortunadamente, mantuvo un comportamiento más profesional, aunque sus miradas ocasionales hacia mí seguían teniendo un brillo… particular. Maximiliano, por su parte, se mantuvo impecablemente correcto, casi distante, lo que me dejó un poco confundida. ¿El beso en el mirador y esa breve conexión durante el vuelo habían sido solo mi imaginación?Cuando terminamos con la última reunión del día, ya el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos naranja y rosa. Sentía las piernas cansadas pero la cabeza llena de ideas y notas.-Clara, ¿te apetece tomar algo antes de cenar? Hay un bar por aquí cerca que tiene buenas vistas del atardecer. Y puedes bañarte en la playa si quieres. Sería una buena forma de desconectar un poco.La invitación de Maximiliano me tomó por sorpresa. Era la primera vez que me proponía algo así fuera del contexto estrictamente laboral.-Claro, señor Ferrer… Ma
Desperté con el cuerpo adolorido de una manera deliciosamente familiar. La luz que entraba por las cortinas me decía que ya era tardecito. Me giré buscando a Maxi, pero solo encontré sábanas revueltas y el lado de la cama frío. Sentí un poquito de bajón, pero al toque sonreí acordándome de la noche anterior. Había sido… intensa, chico. Desde que entró por la puerta, todo se desató en besos, caricias y gemidos que no les cuento. Recordé sus manos por toda mi piel, sus labios reclamándome por completo. Y él… Maxi parecía que no tenía fin. "Dios, Clara, eres una maravilla." Su voz ronca resonaba en mi mente mientras recordaba cómo me había tomado contra la pared del balcón, la brisa tibia erizando mi piel. Cada beso, cada roce, cada vez que me hacía suya, era con una urgencia y un deseo que me hicieron perder la noción del tiempo. -No pares, Maxi… por favor- Mis jadeos se mezclaban con los suyos mientras sus embestidas se hacían más profundas y salvajes. Me vino a la mente cuando me
El día en Margarita transcurrió con una agenda apretada de llamadas y la crucial reunión con los señores Mendoza y Portillo para cerrar el acuerdo. La atmósfera en la sala era densa, una mezcla de la tensión propia de la negociación y el recuerdo incómodo del almuerzo anterior. Intenté mantenerme enfocada en mi rol, tomando notas precisas y aportando información cuando era necesario, aunque percibía las miradas del señor Mendoza, algunas con una intensidad que me hacía sentir ligeramente intranquila.En un punto álgido de la discusión, mientras analizábamos los detalles de una cláusula específica, el señor Mendoza se dirigió a Maximiliano con una sonrisa que no terminaba de convencer.-Maximiliano, mi buen amigo, quizás podríamos agilizar este punto si tu… digamos… eficiente y bella asistente… nos ofreciera su perspectiva. Una visión femenina siempre puede aportar algo diferente, ¿no crees?- le dijo.Sentí un leve rubor en mis mejillas ante el comentario, que claramente se desviaba de
Mi pregunta flotaba en el aire, buscando una respuesta en la oscuridad del cuarto. El silencio se estiró, súper tenso. Al final, Maxi suspiró suave y movió su mano por mi espalda, deteniéndola justo en mi cintura. -Clara… - empezó bajito, con una voz como triste pero sincera. Creo que no me gustará lo que viene - Por ahora… lo único que puedo ofrecerte son estos momentos. Esta… conexión física que es innegable. Sus palabras no eran lo que esperaba, para nada. Había una honestidad que dolía, pero también como que no quería dar más. Me bajoné un poquito, la verdad. -¿Solo esto? - pregunté, mi voz casi ni se escuchó, tratando de que no se notara lo decepcionada que estaba. Me levanté un poco para poder verle la cara en la oscuridad. Él también se levantó, apoyándose en las almohadas. Se veía serio, casi como si estuviera sufriendo, y por un segundo no me miró. -Clara, tú sabes cómo es mi vida. Mis responsabilidades… todo el rollo… - Su tono mostraba un peso que parecía llevar s
Después de la conversación fría y distante con Maximiliano al amanecer, regresé a mi propia habitación con una sensación de vacío instalándose en el pecho. El silencio de mi cuarto contrastaba con el eco de los susurros y los jadeos de la noche anterior en su cama. No logré dormir mucho más, dando vueltas en la cama con la mente llena de preguntas sin respuesta y una creciente sensación de confusión.La vuelta a Caracas en el jet privado fue un reflejo de esa tensión interna. Un silencio incómodo nos envolvió, muy diferente a la anticipación del viaje de ida. Al llegar a la oficina, la rutina nos absorbió de inmediato, pero para mí, nada se sentía igual.Daniela, con su radar de chismes siempre activo, no tardó en notar mi aire ausente.-¡Ay, Clara! ¿Y esa cara de misterio? ¿Qué pasó en esa isla paradisíaca? ¿Te bronceaste mucho? ¿O hubo algo más que sol y arena?Intentaba evadir sus insinuaciones con respuestas vagas y sonrisas forzadas. No era solo discreción lo que me impedía conta
-¿Me extraña? - solté, con una mezcla de no creérmelo y rabia. - ¿En serio, señor Ferrer? ¡Toda la semana pasándome por el lado como si fuera un mueble! Apenas me hablaba, y cuando lo hacía era con un "Clara, el informe" que estaba más frío que el mar caribe por la noche. ¿Y ahora vienes aquí con esa?Mi voz temblaba un poquito, entre la frustración y esa cosa rara que me quedó después de Margarita. Él se quedó callado un rato, con esa cara seria bajo la luz amarillenta del pasillo, que hacía sus sombras aún más pronunciadas.-Clara… sé que en la oficina no he estado… bien. Pero es que es complicado. No quiero mezclar…-¡Ya lo mezclaste! - lo corté o le grité sin poder aguantarme. - ¡En la isla lo mezclaste! Y después volvimos y pusiste una pared gigante. ¿Y ahora qué? ¿Qué rayos quieres?Maximiliano suspiró, el sonido llenó el pequeño espacio del rellano. Se pasó una mano por el pelo, despeinándolo aún más.-Quie
La oficina se había convertido en un campo minado de formalidades tensas. Maximiliano y yo nos movíamos con la cautela de extraños obligados a compartir el mismo espacio, cumpliendo al pie de la letra las reglas que habíamos establecido en mi apartamento. Maximiliano había estado viniendo a mi apartamento varias noches seguidas y se iba al terminar, no voy a decir que no me dolía nada, quizá un poco, pero yo misma lo acepte y puse las reglas, y Dios mío, la verdad es que no quería que esto parara. Unos días después de nuestro "acuerdo", Daniela me avisó por el intercomunicador: -Señor Ferrer, la señora Valera está en recepción. Dice que tiene una cita.Valera. El nombre resonó en mi cabeza, trayendo la imagen de la mujer demacrada y con los ojos hinchados que conocí en la clínica. Sofía. La esposa de Ricardo, el mejor amigo de Maximiliano. La mamá del pequeño Mateo. ¿Qué la traía por aquí?Maximiliano frunció el ceño ligerame
La semana transcurrió con una lentitud exasperante. Maximiliano se había sumido en una preocupación silenciosa, apenas presente en la oficina más allá de las reuniones importantes. Sus interacciones conmigo se limitaban a instrucciones breves y formales, la calidez de Margarita evaporada como un espejismo en el desierto. La sombra de Sofía y el pequeño Mateo se cernía sobre él, creando una barrera invisible entre nosotros.Daniela, siempre observadora, notó el cambio en el ambiente- ¿Todo bien con el jefe, Clari? Parece como si tuviera el alma en otro lado.-Está pasando por un momento delicado con la familia de su amigo - respondí vagamente, sin querer revelar nada de nuestra extraña "no relación".Pero la ausencia de Maximiliano en nuestra dinámica laboral era solo una parte de la historia. Sofía Vargas comenzó a aparecer con más frecuencia en la oficina. Al principio, eran llamadas telefónicas que él atendía con una voz suave y preocupada. Luego, fueron visitas breves, con la excus