El frío del cañón del arma contra su piel hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. Aitana contuvo la respiración, pero no permitió que el miedo se reflejara en su rostro. Sabía que cualquier indicio de debilidad podía sellar su destino.
Piensa, Aitana. Piensa.
Forzó una sonrisa, como si el arma no fuera más que un accesorio en la escena.
—¿Siempre apuntas a las mujeres cuando te gustan? —murmuró, deslizando sus dedos sobre el dorso de su mano con lentitud.
Sokolov arqueó una ceja. No retiró el arma, pero tampoco disparó.
—No soy estúpido, muñeca. Dime quién eres o esta conversación termina aquí.
Aitana inclinó la cabeza y dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa traviesa.
—Soy una mujer que sabe lo que quiere… y que no le gustan los hombres aburridos.
Sokolov observó su expresión, midiendo sus palabras.
—¿Ah, sí? —murmuró, acercándose un poco más, el arma aún entre ellos—. ¿Y qué es lo que quieres?
Ella fingió pensar, inclinándose ligeramente hacia él, dejando que su per