El vestido negro se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel. Adrián lo había elegido personalmente: seda italiana, corte impecable, escote discreto pero sugerente. "Esta noche quiero que todos te vean", me había dicho mientras sus dedos recorrían la curva de mi espalda. "Quiero que sepan exactamente lo que protejo."
El Bentley avanzaba por las calles de la ciudad como un depredador silencioso. Adrián, a mi lado, revisaba mensajes en su teléfono con expresión impenetrable. Su perfil, recortado contra las luces nocturnas que se filtraban por la ventanilla, parecía esculpido en mármol.
—¿Estás nerviosa? —preguntó sin apartar la mirada de la pantalla.
—No sé qué esperar —respondí con sinceridad.
Sus ojos se encontraron con los míos, y por un instante vi algo parecido a la ternura.
—Solo observa. No hables a menos que te lo pida. Y pase lo que pase, no muestres miedo.
El coche se detuvo frente a un edificio antiguo en el distrito financiero. Sin ventanas en la planta baja, solo una puer