El salón de la gala benéfica, con sus arañas de cristal y el murmullo constante de conversaciones superficiales, pareció encogerse de repente alrededor de ellos. Las palabras de Héctor Valdez —"Por fin la familia está reunida"— colgaban en el aire como una sentencia que nadie había esperado. Elena sintió que el suelo bajo sus pies se volvía inestable, aunque el mármol pulido seguía firme. Su mirada se clavó en el hombre de cabello plateado, buscando en sus rasgos algo que explicara la familiaridad que Nix rugía en su interior. Rurik, a su lado, estaba rígido como una estatua, los músculos de su mandíbula tensos bajo la piel.
Darian, siempre el protector, se colocó frente a Elena con un movimiento fluido, su cuerpo bloqueando la visión directa de Héctor. No dijo nada; no era necesario. La postura de sus hombros, la forma en que su aura alfa vibraba con una advertencia contenida, hablaba por él. Mantén la distancia.
Héctor levantó las manos en un gesto conciliador, aunque sus ojos grise