Elise
Annie retiró mi maquillaje y mis accesorios en tiempo récord. Insistió en que acatara cada indicación de la esposa del embajador, pero no logró convencerme.
—Puede que no vayas como planeabas, pero estás preciosa —me sonrió Alessio al salir del camerino—. No sabes lo que me provocas, mi amor.
—Bésame —susurré.
—¿Estás segura? —preguntó, indeciso—. Me encanta la idea, pero…
—Necesito tus buenas energías —repliqué con una sonrisa.
—Te daré todas las que tenga —respondió, inclinándose para rozar sus labios con los míos.
No cerré del todo los ojos; quería saborear cada matiz de su delicioso aliento, la suavidad de su beso, el calor que me transmitía. No sabía por qué lo necesitaba tanto, pero tampoco tenía intención de separarme de él.
—¿Estás nerviosa?
—Sí —confesé en un susurro—. Me siento inquieta, no me gusta estar vestida así.
—¿Por qué? ¿Qué pasa con eso?
—Me vestí así el día que…
—¡Dinah, Dinah, es hora! —interrumpió Chris en el pasillo.
Tenía el cabello un poco revuelto