Andrei
Elise estaba allí, tan hermosa y resplandeciente como siempre, pero no como yo lo deseaba, sino como el mundo la quería. Sus enormes pechos habían desaparecido, dando paso a un cuerpo esbelto, hecho para los demás, excepto para mí.
Y fue ahí cuando me di cuenta de que todo lo que me hacía sentir no era por su cuerpo. Aún deseaba su calidez, su aroma, sus risas y su llanto. Necesitaba tenerla de pies a cabeza, embriagarme con su esencia y nunca salir de allí.
—Elise, mírame, por favor —le rogué, pero ella estaba enfocada en otras personas, en los reflectores—. ¡Elise, los mataré! ¡Los mataré a todos!
Pero mi voz no se escuchaba, y tampoco tenía en las manos nada con qué deshacerme de tanta gente.
—¡Elise! ¡Nuestros hijos! ¿Qué hiciste con nuestros hijos?
Caí de rodillas al suelo y traté de arrastrarme hacia donde estaba. Si la alcanzaba, tal vez podría atraparla de nuevo y hacerla mía. Una vez que le pusiera las manos encima, no habría poder humano que me la arrebatara, aunque