Jordan avanzaba por los pasillos con la intención de dirigirse a la oficina de Reinhardt. La estructura del lugar no era muy diferente del cabaret anterior, así que pudo deducir cuál sería la oficina del mafioso.
Sin embargo, al girar una esquina, la figura de Simone apareció a lo lejos, caminando hacia una de las habitaciones privadas. Llevaba el cabello recogido de forma descuidada y sus hombros caídos hablaban de un peso que llevaba a cuestas.
Simone dejó la puerta entreabierta al entrar, como si no tuviera energía suficiente para cerrarla tras de sí. Jordan se detuvo frente al umbral, dudando por un momento si debía entrar. Aun así, levantó una mano y golpeó suavemente el marco con los nudillos, aunque la puerta ya estaba abierta.
—¿Se puede? —preguntó.
Simone, que estaba de espaldas acomodando unas cosas sobre una cómoda, giró lentamente al oírla. Su rostro no tenía maquillaje, y en sus ojos se notaba el cansancio acumulado. Pero al verla, intentó esbozar una pequeña sonrisa.
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