C194: Entre mujeres nos entendemos mejor.
Jordan avanzó por el corredor como un vendaval, arrastrando su enojo como un manto pesado que le encorvaba los hombros. Cada paso era un latido más de la furia que le palpitaba en las sienes, cada respiro era un esfuerzo por no estallar. Le ardían los ojos, todavía empañados por las lágrimas que se negaban a secarse del todo. La escena que Reinhardt le había obligado a presenciar se repetía en su mente como un eco cruel: un cuerpo inerte, atado a una silla, deshecho en vida por una tortura prolongada. Un espectáculo grotesco que Reinhardt, en su enfermiza necesidad de control, le había mostrado sin titubeos.
Con los labios apretados y las manos crispadas a los costados, Jordan llegó a su habitación. La puerta no fue abierta: fue prácticamente arrojada contra la pared, resonando con un golpe seco que hizo vibrar el marco.
—¡Ay, por Dios! —exclamó una voz femenina, temblorosa—. ¡Jordan, casi me matas del susto!
La voz la sacudió. Jordan, aún en la bruma de su rabia, levantó la vista y p