Capítulo 2— No respondo
Narrador Llegando a la nueva mansión que compartiría con su esposo tras una celebración por todo lo alto, en donde Herodes dejó en claro su poder, Barbara fue guiada a su habitación. No podía seguir viendo a ese hombre tras horas y horas pareciendo una estatua a su lado, manteniendo la imagen de una esposa enamorada cuando en realidad lo que más deseaba en este mundo era irse muy lejos de allí. Cerrando la puerta a sus espaldas, Barbara cubrió el rostro con sus manos a punto de llorar, pero tragando las lágrimas pues ya había sido suficiente por ese día, pretendía tomar un baño antes de dormir. Tal vez el agua la ayudaría, le serviría a aligerar el peso que caía sobre sus hombros. Despojándose de los aretes de oro los cuales, Herodes le había ordenado usar, y el collar a juego que colgaba de su cuello, Baby como le decían por cariño, se colocó de pie frente al espejo de cuerpo completo para buscar la cremallera de su vestido, pero abriéndose la puerta en ese instante sin siquiera anunciarse, de un solo golpe, Herodes entró como si lo hiciera a su propia habitación —¿Necesitas ayuda? Notando la vista de Barbara sobre el por la manera en la que entró, sin importarle si estaba desnuda o no, Herodes preguntó como si nada, como si fuera lo más normal del mundo estar en la misma habitación que ella a punto de desnudarse, y tomando un poco de aire, solo siseó —¿Qué haces aquí? Sonriendo de lado, pues eso no se lo había dicho aún, Herodes dio un par de pasos hasta llegar a ella, y quedando a escasos centímetros sus labios, respondió —Es nuestra habitación, Baby...—Chisteó los labios— Olvidé decirte... Como marido y mujer dormiremos juntos. Se supone que estamos recién casados, y para todos nos amamos con locura... ¿Como es que una pareja que se ama como nosotros que nos importó poco Fabian, como para luchar por nuestro amor, duerme en habitaciones separadas? Todos sabrán que nuestro matrimonio es una farsa, y eso baby—Pinchó su nariz como si estuviera contando un chiste—Dejaría muy mal parado a tu padre, quien prácticamente te vendió a mí Apretando los dientes, con la ira reflejándose en los ojos de Barbara, Herodes pasó por su lado antes de colocarse de pie frente al espejo en el que hacía segundos se observaba para despojarse de su corbata, y sin dejar de mirarse en el mismo, dijo para tranquilizarla. —Tu tranquila, si lo que te preocupa es que pueda abusar de ti—Se giró para mirarla de frente—Te aseguro que no te tocaré, a menos que tú me lo pidas—Dio un paso al frente para acercarse a ella, lo que hizo a Barbara retroceder dos por las cercanías sintiendo como sus piernas se debilitaban una vez los recuerdos del beso compartido en el altar la invadieron—Allí sí te demostraría cómo se consuma un matrimonio de verdad Desviando su mirada a un lado, cuando por un instante deseo que el momento se repitiera, Barbara esquivó a Herodes que cada vez estaba más cerca de sus labios, y soltando una carcajada que se extendió por toda la habitación al verla sonrojarse, este agregó regresando al espejo para abrir los primeros botones de su camisa —Descuida, Baby solo estoy bromeando... Lo que sí te voy a asegurar es que tú misma te entregarás a mí, por cuenta propia... Sin forzarte, sin obligarte—La observó a través del espejo—Lo harás porque así lo querrás, eso te lo aseguro Detestando la seguridad del muy infeliz, Barbara negó deseando borrar esa sonrisa de sus labios con una sola bofetada, y girándose para observarla de nuevo, Prat preguntó —Entonces... ¿Te ayudo con el vestido? Cerrando sus ojos en un intento de mantener la calma, Barbara solo se dirigió al baño en donde se encerró aun con su vestido de novia, y tirando la puerta una vez en su interior llevo las manos a su cabeza sabiendo que sería una verdadera pesadilla vivir bajo el mismo techo de ese hombre Sonando en ese preciso momento su móvil tras Barbara encerrarse en el baño, Herodes lo sacó de su bolsillo; bastó solo observar el nombre en la pantalla para saber de quien se trataba. Respondiendo este, Prat llevó el teléfono a su oído, y sonando la voz de Fabian del otro lado, la voz del idiota que su esposa amaba con locura, él solo soltó —¿Qué quieres? Escuchándose una risa alcoholizada del otro lado, Herodes de inmediato supo que el imbécil se estaba ahogando el licor, y rodando los ojos, volvió a hablar —Fabian... Maldito imbécil ¿Qué m****a quieres? Tratando de mantenerse en pie con la poca cordura que le quedaba tras tomar y tomar sin control alguno, Fabian Benatti se recargó en la fría pared a sus espaldas, y sosteniendo el teléfono con torpeza, respondió —¿Cómo está ella? ¿Cómo está, Baby... Mi Baby? Liberando el aire al tener que soportar sus estupideces, Herodes observó hacia la puerta por la que Bárbara se había marchado, y negando dispuesto a no soportar eso por más que hubiese crecido a su lado, Herodes respondió: —Estará bien, Fabián... Ahora déjala en paz. —Volvió a mirar la puerta del baño— Por si lo olvidas, ella ahora es mi esposa... Así que aléjate de ella, sino, no respondo. Deslizándose por la pared a sus espaldas, Fabián enfrentó la cruel realidad de que la había perdido, y llevando las manos a su cabeza tuvo que aceptar que Bárbara ahora era la señora Prat. Saliendo del baño un poco furiosa tras luchar y luchar con la cremallera del vestido y no lograr deshacerse de él, Bárbara se colocó frente a Herodes, y girándose a un lado mostrando su costado, pidió entre dientes, ofuscada al tener que molestar a ese idiota: —¿Me puedes ayudar? Herodes disfrutando el momento con una sonrisa de lado, llevó una mano a la cremallera. La deslizó con cuidado, sin apurarse, como si cada centímetro bajado fuese una línea que no debía cruzarse... pero que igual estaba cruzando. —¿Así, Baby? Cuando el vestido se abrió, Prat la ayudó a deshacerse de la tela que cayó al suelo como una piel vieja, quedándose en ropa interior, lo que lo hizo observarla de arriba a abajo con el deseo reflejado en sus ojos. —¡Fiu! ¡Fiu! Hermoso trasero. Soltando un silbido inclinandose a un lado para ver el trasero de su esposa, Bárbara furiosa al tener que soportar a Herodes, le dio un pequeño manotazo en su pecho, y recogiendo el vestido del suelo, regresó al baño dejando a Prat con una enorme sonrisa al lograr hacerla enfurecer.