Capítulo 1— Un verdadero circo.
Narrador Apretando la falda del vestido de novia entre sus manos mientras sentía el escozor de sus ojos hacerse presente, Bárbara no quería dar un paso más. Si lo hacía, uniría su vida para siempre a un hombre que no amaba, un ser despreciable que la tomaría solo como una moneda de cambio para saldar las deudas familiares. Retrocediendo un paso, dispuesta a no seguir con esa farsa de boda, la espalda de Bárbara impactó con el pecho de su padre, quien venía llegando, y tomándola de los hombros, Joaquín la detuvo. — ¿Qué crees que haces, Baby? ¿A dónde vas? — Pasando la mirada de su hija con ojos llorosos, al sendero rodeado de flores que estaba a punto de recorrer para llegar al altar, el señor Amestoy le impidió escapar, y negando dijo en una súplica— Ni siquiera lo pienses... Herodes te espera al final. Renuente a seguir, a vivir bajo el mismo techo de ese infeliz que se hacía llamar el mejor amigo del hombre que ella amaba, Bárbara negó, dejando un par de lágrimas rodar por sus mejillas, y afianzando el agarre de su vestido, dispuesta a salir de allí a la primera oportunidad, murmuró con un nudo en la garganta. — ¿Solo eso te importa? Que me case con ese infeliz para salvar la empresa, padre. Viendo el dolor marcado en el rostro de su pequeña, el sentimiento de culpa invadió a Joaquín. Aun así, sabiendo que no tenía nada más que hacer, suplicó: — ¡Baby, por Dios! No hagas esto más difícil de lo que ya es. Dando un paso al frente, Amestoy intentó acercarse a Bárbara para consolarla, y retrocediendo un par de pasos más, esta negó de nuevo, furiosa por ser obligada a hacer algo que no quería. — Está bien, padre... Como tú digas. Me casaré con Herodes, pero te aseguro que a ese infeliz ¡Jamás! Escúchame, padre ¡Jamás lo veré como un esposo! Sabiendo que así sería, que su único y verdadero amor siempre sería Fabián, ese hombre ejemplar que prefirió renunciar a ella antes que verla sumergida en la miseria, Joaquín asintió, y extendiendo su mano para guiarla al altar, Bárbara la tomó sin más alternativa. — De verdad, agradezco esto que estás haciendo... Por mí, por la empresa, por tu madre. — Limpiando las lágrimas que rodaron por sus mejillas, sin importarle correr su maquillaje elaborado meticulosamente, Bárbara le dio a su padre una última mirada cargada de desprecio, de dolor, y colocándose al pie de la puerta cuando la marcha nupcial inició, tomó algo de aire por lo que seguía— ¡Vamos, Baby! Tú puedes. Empezando a recorrer el sendero que los llevaría al altar, donde Herodes esperaba vestido con un traje hecho a la medida, Bárbara aferró su mano al ramo que traía entre ellas cuando las ganas de llorar se hicieron presentes, sin embargo, solo elevó su mentón y siguió viendo cómo los presentes se colocaban de pie para observarla. Después de todo, nada lograría con llorar, ya el trato estaba hecho, y ella era el pago de Herodes para salvarlos de no quedar en la calle. Llegando al fin al pie del enorme arco de flores que adornaba el altar, Prat extendió su mano para recibirla, y aclarando su garganta antes de hablar, Joaquín solo dijo tratando de hacer la situación más llevadera. — Herodes te entrego lo más preciado que tengo... A mi princesa. Por favor, cuida de ella— Sonriendo de lado, siendo esto lo que quiso desde un inicio, tener a Bárbara de cualquier modo, Prat tiró de ella para pegarla a su cuerpo, y observándola, sintiéndose victorioso, respondió. — Con mi vida, Joaquín... Con mi vida, la cuidaré. Apretando los labios, conteniendo la repulsión que sentía en ese momento al ver al hombre que creyó amigo de Fabián, como un verdadero buitre, Bárbara solo caminó junto a su futuro esposo hasta llegar ante el sacerdote que auspiciaría la ceremonia, tomando cada uno su lugar. —Eres un descarado— Le susurró Bárbara con rabia— Fabián siempre te consideró su amigo, y aun así obligaste a mi padre a casarme contigo. Herodes, en su mismo punto, sonrió, saboreando la victoria alcanzada, y desviando la mirada a ella, Bárbara se la sostuvo antes de Prat responder — Puede que lo sea... Aun así, esta es una muestra de que siempre consigo lo que quiero— ella contuvo el aire, sabiendo que ya no podía hacer nada— Y por cierto, te ves fatal. Escuchando la respuesta de Herodes, que era una burla a cómo se veía en ese momento, destruida, derrotada como una novia cautiva, Bárbara solo apretó sus dientes deseando golpearlo, y fingiendo sonreír mientras el hombre de Dios se preparaba para iniciar, la novia respondió. — ¡Vete a la m****a, Herodes! Abriendo los ojos un poco escandalizado, pues eso sí lo había escuchado claramente, el sacerdote observó a Bárbara por sus palabras, e interviniendo para no quedar en evidencia de que esa boda no era más que una farsa, Prat agregó. — Está nerviosa... Es eso, padre... Solemos hablarnos de ese modo. Sabiendo que esto era muy común entre los jóvenes de la actualidad, hablar de ese modo sin respeto alguno por las cosas de Dios, el hombre mayor abrió la Biblia antes de iniciar el sermón, y tomando la palabra, dijo en voz alta, captando la atención de todos en el salón. — El día de hoy nos hemos reunido en este lugar para unir en sagrado matrimonio a es... Con la atención de todos los invitados puesta en ellos dos, la ceremonia inició. Y llegando el momento tan esperado, las palabras del hombre de Dios cerraron la alianza que, por más que quisieran, no podrían romper. — Por el poder que me confiere Dios, la iglesia y las sagradas escrituras, puede besar a la novia, señor Prat. Que lo que ha unido nuestro Creador, no lo separe el hombre. Reduciendo la distancia entre los dos, Herodes elevó su mano despacio con una precisión medida para acariciar la mejilla de Barbara, quien se estremeció por su cálido toque. Juntando sus labios con delicadeza, cerró la unión con un beso. El primer contacto fue suave, casi como una caricia, pero en un instante el beso se volvió más profundo, más urgente. Su lengua rozó la de ella, encontrando una respuesta que lo sorprendió. Barbara, que al principio solo recibía el beso, pronto deslizó sus manos por su pecho, agarrando su camisa con fuerza, como si aferrarse a él fuera inevitable. Herodes no pudo evitar un suave gemido contra sus labios, hundiendo los dedos un poco más en su cintura, atrayéndola aún más cerca. Barbara respondió con igual intensidad, olvidándose por completo del motivo de aquel beso. Por un momento, todo lo demás dejó de existir; Fabián, Joaquín, la deuda que había detrás de aquel matrimonio. Escuchando cómo el sacerdote aclaraba su garganta a un lado de ellos, Barbara se separó de Herodes un poco desconcertada por dejarse llevar de ese modo por ese infeliz que la estaba obligando a casarse con ella, y tomando su mano como si nada, Prat le pidió al verla algo pensativa. — Sonríe... Todos nos observan. Empezando los aplausos por la unión, Barbara sonrió un tanto tensa, sintiéndose en un verdadero circo donde el amor no existía, y solo era una presa de un hombre al que despreciaba con todas sus fuerzas.