La vida de Celeste había regresado a la normalidad, aunque notaba constantemente la presencia de Erick Petrov. Sabía que estaba cerca, más no lo veía.
Sin embargo, el cosquilleo frío en la nuca no era algo que se estuviera inventando en su cabeza. Era real.
Y, para su sorpresa, le gustaba. Le gustaba saber que el peligroso agente, el hombre que la había llamado su "debilidad", estaba cerca.
Una tarde, mientras salía de su trabajo, su teléfono sonó. Era su madre.
—Sí, mamá. Todo bien —le respondió, intentando sonar lo más natural posible. Se obligó a ignorar el cosquilleo en su estómago que le indicaba que Erick estaba allí, probablemente a pocos metros, escondido en la multitud.
La llamada se extendió con la familiar letanía de preguntas sobre su salud, de información sobre sus hermanos y, por supuesto, de su vida amorosa. Respondió a medias a todo, con su mente distraída.
—¿Qué pasa, Celeste? Estás distraída —notó Valeria, con la intuición infalible de una madre—. ¿Estás ocupada?
—S