Rodrigo la tomó de la cintura con fuerza, como si aún temiera que ella se alejara. Pero no, no se iría a ninguna parte. Y se lo hizo saber respondiendo sin reservas a ese beso, hundiendo sus dedos en su nuca, acercándolo más, queriendo fundirse con él de una manera que no había anhelado antes.
—Dios, no sabes cuánto tiempo he querido esto —susurró ella entre besos, con la voz entrecortada. Había fantaseado demasiado tiempo con ese hombre. No supo con exactitud cuándo comenzó su deseo, si el día que lo vio desnudo en su habitación o fue mucho antes, cuando sostuvo su mano en medio del parto o cuando le ofreció alojamiento. Pero justo lo que sentía por él parecía un sentimiento que había crecido durante años y no un asunto de hacía apenas unos meses.
—No sabes cuánto me costó no hacerlo —respondió él, rozando su nariz con la de ella—. Pero esta vez no voy a detenerme.
—No lo hagas.
Rodrigo la alzó con facilidad, llevándola en brazos hacia su habitación.
—El bebé —recordó de repente—. De