Valeria permanecía sentada, con las manos temblorosas sobre su vientre, sin dejar de mirar la puerta que daba acceso a la sala de cuidados intensivos. No podía creer que estuvieran en medio de esta situación, no podía creer que su pequeña Celeste ahora tenía que estar allí, detrás de esa puerta, luchando por su vida. A su lado, Enzo caminaba de un lado a otro como un animal enjaulado, con el rostro endurecido y los puños apretados.
La imagen de Celeste, envuelta en llamas, su llanto, su cuerpo débil desmayándose en sus brazos… Todo seguía latiendo en la memoria de ambos.
La puerta finalmente se abrió y el médico apareció con una expresión cansada. Ambos se pusieron de pie al instante. Necesitaban noticias. Necesitaban escuchar una sola cosa: que su pequeño ángel superaría esto y volvería a ser la misma niña de siempre.
—¿Cómo está? —preguntó Valeria con voz quebrada.
—Su hija está fuera de peligro inmediato —respondió el doctor con serenidad, aunque algo en su semblante dio a entende