Capítulo 112

Enzo bajó del vehículo sin intercambiar palabras con sus hombres. Todos sabían perfectamente lo que debían hacer.

Frente a él, se encontraba la madriguera de Javier. Una vieja hacienda, escondida entre colinas, resguardada por árboles y una cerca oxidada. Lo habían localizado allí. No por mucho tiempo más.

Sus hombres ya estaban posicionados. Uno de ellos se acercó con paso rápido.

—Todo listo. Hay cinco guardias. Todos neutralizados. Sin bajas —informó.

Enzo asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Nadie mata. Nadie toca a Javier. Es mío —ordenó con una voz grave, ronca. Casi animal.

Avanzó sin miedo por el portón abierto. El crujir de sus pasos sobre la grava marcaba el ritmo de su furia. Cada paso lo acercaba a su objetivo: Javier Russo.

El hombre, evidentemente, no lo esperaba. Pero ni siquiera tuvo tiempo de asimilar la sorpresa, en menos de un parpadeo la puerta de su despacho se abrió de golpe, revelando una figura que parecía sacada del mismísimo infierno.

—¿Qué…? —fue lo
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