La confesión la tomó completamente desprevenida. Escuchar algo así de su exmarido no era lo que estaba esperando.
¿Amor?
Estaba convencida de que Enzo no tenía la menor idea de lo que era eso.
—¿Qué tontería estás diciendo?
—Te amo —repitió. Su voz, fuerte y clara.
Un calorcito se apoderó de su pecho. La sensación, completamente nueva y electrizante, removiendo sus sentidos y las insulsas ilusiones que había creído muertas hacía años.
—Ya nos divorciamos, Enzo —repuso con calma—. No creas que con mentiras vas a recuperarme.
—No estoy mintiendo —sujetó sus brazos en un agarre posesivo y desesperado—. Te amo. No sé desde cuándo, pero lo hago.
Los latidos de su corazón aumentaron.
Era simplemente molesto saber que su corazón quería una cosa, mientras que su mente aconsejaba otra distinta. En esta oportunidad, solamente podía escuchar a uno solo de los dos y sabía, por experiencia, que era su mente quien tenía la razón en este caso.
Enzo no sabía amar y, de hacerlo, nunca sería