—¿Cómo fuiste capaz de irte así? ¡Sin despedirte! —susurró Rita, entre lágrimas.
—No tenía opción, mamá… —dijo en voz baja, queriendo decir más, explicar el infierno que había estado viviendo al lado de Enzo, pero mirar a sus hijas tan cerca, con esos ojitos grises identificados a los de su padre, la contuvo. No podía manchar la imagen que tenían de él—. No podía permitir que… —Bajo la voz para que solo escuchara ella—. Mis hijas crecieran viendo cómo su madre era humillada. No podía dejar que aprendieran a callar como yo lo hice tanto tiempo.
Rita suspiró, miró a las niñas y se agachó, abriendo los brazos.
—Vengan, mis cielos —dijo con ternura—. Soy su abuela Rita, y ustedes… ustedes parecen tres angelitas.
Gabriela fue la primera en soltarse y abrazarla, seguida por Celeste, y luego Evangelina. Las tres se fundieron en los brazos de su abuela, y por primera vez en mucho tiempo, Valeria respiró con el corazón en paz.
—Entren, hace frío —dijo Rita, apartándose las lágrimas—. Y tengo p